Pablo Veiga
Quedarán
por siempre en la retina aquellas imágenes ya lejanas de principios
de los años noventa en las que aproximadamente quince mil judíos
etíopes fueron evacuados a Israel. Por varias razones, la primera,
el espectacular despliegue llevado a cabo en la denominada Operación
Salomón. En segundo lugar, las características de esas personas,
tando su origen, color de piel y estilo de vida, que presagiaban un
complejo encaje en la moderna, plural y heterodoxa sociedad israelí.
Casi
treinta años después, la tribu perdida africana está formada por
unas 150.000 personas, de las cuales un tercio ya han nacido en
Israel. Efectivamente, el camino recorrido por aquellos pioneros que
hicieron su Aliá estuvo plagado de enormes dificultades. Mujeres,
hombres y niños que venían de un país asolado por el hambre y la
guerra; muchos nunca habían salido de sus poblados, por lo que la
llegada a Israel y su posterior integración se antojaban
complicadas, requiriendo un enorme esfuerzo del estado para facilitar
esa inserción en todos los ámbitos de la comunidad. A pesar de ese
punto de partida, no toda la sociedad israelí mostró el mismo
entusiasmo con sus hermanos africanos, constatando diversas
reacciones negativas hacia ellos, algunas cargadas de excesivo celo y
desconfianza. Huelga decir que el colectivo falasha presenta unos
indicadores de desempleo, pobreza y marginalidad muy superiores a la
media del País, realidad que las autoridades no pueden esconder.
Efectivamente, existen miembros destacados que han triunfado en los
distintos campos, pero queda mucho margen de mejora. Que sean de
origen etíope una ex – miss Israel, o una diputada, o un
distinguido investigador, constituyen lamentablemente una excepción
en el global de esos ciento cincuenta mil habitantes.
Recientemente
un acontecimiento ha encendido la mecha que ha derivado en violentas
reacciones, con graves disturbios en algunas localidades. La muerte
no aclarada del joven Salomón Teka, abatido por un agente de
policía, es la causa de una auténtica rebelión de una comunidad
que demanda una investigación en profundidad para disipar toda duda
en cuanto a la muerte del chico en cuestión. Llueve sobre mojado, se
dice desde este trozo del occidente europeo, ya que hace apenas unos
meses, otro joven falasha falleció murió tiroteado por la policía
en Tel-Aviv.
Estos
hechos contribuyen a degradar la imagen de Israel en el exterior. A
la habitual e intencionada distorsión que llevan a cabo,
mayoritariamente, los medios de comunicación, con respecto al
conflicto palestino, se le añaden ahora críticas utilizando un
concepto al que se hace alusión con regular frecuencia: Racismo.
Pero ya no contra la población de los territorios de Gaza y
Cisjordania (Judea y Samaria) ni contra ese veinte por ciento de
árabes que viven dentro de Israel y poseen la consiguiente
nacionalidad. La acusación va más allá, siendo víctimas del
estado racista una minoría judía, cuya fisonomía la delata y
diferencia del resto.
Las
sociedades evolucionan y ninguna como la israelí sabe enfrentarse a
contínuos desafíos y retos. Este es uno de ellos. la igualdad de
todos los ciudadanos no solamente debe ser una teoría, sino una
verdadera realidad.
Julio
2019 - semanario AURORA