Por Pablo Veiga*
La
Academia de cine española entregaba los premios Goya recientemente,
cuya gala se celebró en la ciudad de Sevilla. Como mejor
cortometraje documental resultó ganador Gaza, que reflejaba las
consecuencias de la incursión israelí en la Franja el verano de dos
mil catorce. Los directores de la cinta aprovecharon su momento de
gloria al recoger el galardón para lanzar auténticas barrabasadas
por su boca, definiendo a Israel como un estado que practica el
terrorismo y el aparheit con los palestinos y conminando al boicot al
próximo festival de Eurovisión, que tendrá lugar en Tel – Aviv
la próxima primavera.
Sin
entrar en el contenido del documental y, dando por descontado que
prima la libertad de creación y por supuesto de expresión, los
ínclitos Carlos Bover y Julio Pérez del Campo, responsables de la
película, merecen cumplida contestación, ya que uno no puede
permanecer callado ante esas proclamas burdas y repetitivas, cargadas
de odio y maldad. Ambos “artistas”, nada más finalizada la gala,
ya fueron objeto de multitudes y contundentes críticas, con variados
y acertados argumentos. El antisemitismo más feroz se escuchó en la
voz de estos dos señores, a los cuales les invitaría a rodar un
venidero documental en las poblaciones y kibutzim ubicados en el
entorno de la Franja de Gaza. Que visiten a las familias que ahí
residen y que han recibido miles de agresiones en forma de misiles
durante la última década. Que les tomen declaración de cómo es su
cotidianidad, cómo se sienten al dejar sus niños en el colegio o
cuándo trabajan las tierras o en cualquiera de sus quehaceres
diarios. Siempre con un ojo en el cielo y los oídos bien abiertos
para escuchar las sirenas que anuncian la llegada de otra bomba.
Porque en ese caso, apenas dispondrán de veinte segundos para
alcanzar los correspondientes refugios, aunque con suerte, la
denominada Cúpula de Hierro, un sistema que cuesta al erario israelí
millones de euros cada año, se encargará de arruinar el objetivo
del grupo criminal de Hamás, que no es otro que matar y destruir,
cuánto más, mejor. Y ya que tienen tanta devoción por la lucha del
pueblo palestino, en la misma Gaza podrían rodar las condiciones de
vida en sus propias cárceles, en primer lugar. A continuación,
tendrían un magnífico reportaje con una exhaustiva investigación
sobre la finalidad de las ingentes sumas de dinero que en los últimos
decenios han ido a parar a las arcas de las autoridades palestinas.
Qué destino lleva todo ese caudal, en qué se invierte y cómo
afecta a la calidad de vida del pueblo por el que estos cineastas
sienten tanta devoción. Sería interesante que mostraran a la
audiencia española esos túneles construídos hacia suelo israelí,
una infraestructura que requiere de una considerable financiación, y
cuál es la finalidad que persiguen sus promotores.
Quizás
así, los disparates que escuchamos tras haber recibido tan
importante galardón se los pensarían mejor y su discurso variaría
substancialmente. El prestigio de los principales premios del cine
español lo agradecería.
*Pablo
Veiga é socio
de AGAI e colaborador habitual no semanario israelí AURORA