Un relato de Tena Alva (Ribadavia)
Esta es una narración novelada
que fue realizada en el año 2010 después de conocer los hechos
que acaecieron en la historia de las HERMANAS TOUZA DE LA VILLA DE
RIBADAVIA, la cual fue publicada en un medio de comunicación en el
año 2008. Los nombres son ficticios, tanto el de las hermanas que
en realidad eran tres, y el del chico adolescente que ayudó al judío
alemán Solomon a cruzar el rio MIÑO. En el caso del muchacho que
aún vive, he de mencionar que en su día por casualidad lo encontré
parado en la Rua de Santiago de la Villa de Ribadavia; charlando con
él me comentó su historia, cuya referencia figuraba en el medio de
comunicación publicado, y hurgando en su bolsillo me enseñó la
MONEDA DE PLATA. Por lo tanto deseo que mi relato sea un homenaje a
la memoria en la vida de este buen hombre y el de las Hermanas
Touza, Justas entre las Naciones. “Quien salva una vida salva al
mundo entero” Mishná 4:5
Sentado en el último banco de la
estación del tren, con su sombrero calado, descansaba Solomon; los
brazos cruzados le daban a su silueta una apariencia de descanso,
estaba agotado; había recorrido muchos kilómetros hasta llegar a la
Villa de Ribadavia cerca de la frontera portuguesa; su cuerpo no le
respondía, por el poco alimento que tomaba; la desesperación de
encontrar una salida en aquella locura persecutoria hacía los judíos
en Alemania, le había llevado a emprender este viaje, quería llegar
a Estados Unidos, pues creía que era el lugar más seguro, cualquier
otro país europeo podría llegar a ser ocupado por los nazis, como
así estaba ocurriendo, y la persecución seguiría incansable y
destructiva.
Era finales del mes de Mayo de 1.941,
el sol de la mañana era cálido, el verano estaba próximo, y ya
empezaba a templar el ambiente, Solomon cerró sus ojos, eran de un
azul intenso, su barba y su pelo eran casi totalmente blancos; y
aunque solamente tenía cincuenta y seis años, su encanecimiento se
había precipitado; todo ello debido a aquellos tiempos de angustia y
desesperación, y sobre todo el desgarrador dolor por la muerte de su
esposa cuyo corazón no pudo soportar tantas desgracias, y el de su
único hijo, que había sido fusilado con tan solo veintinueve años,
al no querer colaborar con los nazis en sus investigaciones como
ingeniero aeronáutico.
A pesar de su sombrero y su gabán
algo raído, Solomon delataba un aspecto señorial; la dulzura de los
rayos del sol acariciaban su piel; se dejó llevar de aquel momento,
lo necesitaba, trató de que su mente se quedara en blanco, sintiendo
solamente el abrazo de la naturaleza, como un hado amable y
desinteresado que inundaba su alma de un espíritu tranquilo y
seguro.
En ese limbo se encontraba, cuando una
sombra se acercó a su lado; abrió los ojos de repente; ante él,
como si una aparición fuera, estaba una señora, su silueta era
rodeada por la luz del sol, no percibía su rostro al estar a
contraluz, la voz de aquella señora le pareció dulce y suave, no
le entendía bien lo que le decía, pero su gesto fue preciso y
decidido:
_¿Quiere Vd. un melindre?_, le dijo
ofreciéndole el dulce recién hecho.
La señora era Dña. Luisa, regentaba
el quiosco de la estación de tren con su hermana Manuela, vendían
dulces recién hechos por ellas a primera hora de la mañana,
bocadillos, bebidas, y también algo de prensa, aunque en esa época
pocos periódicos se editaban en España.
Solomon le sonrió, y aceptó aquel
dulce que olía a manteca y anís, y le respondió: _Grasias_, con su
acento alemán.
Dña. Luisa insistió, el ofrecimiento
del dulce era una excusa; mujer bondadosa, trabajadora y solidaria,
había percibido en aquel hombre la desolación, y al ver que llevaba
bastante tiempo allí sentado se preocupó pensando que se
encontraba mal o perdido.
_¿Se encuentra Vd. bien?_, le dijo
Dña. Luisa.
Solomon entendía muy poco el español,
conocía alguna palabra, pero se perdía cuando tenía que entender
una frase completa.
_Pardon, je ne comprends pas_,
contestó en un francés también incipiente. Tenía que tener
cuidado, España era segura, pero la situación para un judío alemán
podría ser peligrosa.
_Merci, merci….._ continuó Solomon.
Dña. Luisa, mujer perspicaz,
comprendió enseguida la situación de aquel hombre, y dados los
tiempos que transcurrían sabía que Galicia era una de las salidas
hacia ultramar y hacia Portugal de muchos refugiados judíos que
huían de Alemania.
_Espere un momento, vuelvo dentro de
unos minutos, por favor no se vaya…_, dijo Luisa, indicándole con
gestos que volvía enseguida; se acercó al quiosco y habló con su
hermana, alejándose después con paso apresurado.
Solomon no sabía que hacer, su
espíritu de desconfianza siempre estaba alerta. En ese instante
casi no había nadie en la estación, son esos momentos de
intervalos en los que no se espera ningún tren. Aquella mujer
transmitía bondad, tenía que arriesgarse, había pasado tantas
situaciones, necesitaba ayuda, sus fuerzas no respondían y su cabeza
ya no podía pensar.
Al cabo de unos quince minutos volvió
a ver a los lejos la figura de la mujer, caminaba hacia la estación,
venía hablando con un hombre; instintivamente Solomon se levantó,
tenía miedo; la valentía que puedes tener a veces poco a poco se va
esfumando, y ya no tienes fuerzas para afrontar las situaciones
adversas.
Luisa se dio cuenta que Solomon se
levantaba, entonces le dijo al acompañante que se quedara esperando
en el quiosco, y ella se acercó hasta donde él estaba.
_Traigo ayuda, mi amigo Juan conoce
varios idiomas, por favor, tranquilo, tranquilo…_, decía Luisa con
un tono de voz cordial y de mujer segura de si misma.
Solomon la miró, sus ojos azules
imploraban benevolencia, se sentía débil y desvalido, buscaba en
aquella mujer una esperanza. Luisa le sonrió y delicadamente señaló
hacia el quiosco donde estaba Juan, comprendía el temor de Solomon;
a veces no son necesarias las palabras para entender la situación de
una persona, Luisa lo sabía muy bien, en su puesto del quiosco de la
estación durante tantos años, había visto ir y venir a gentes de
todo tipo, estaba acostumbrada a percibir la sensación real de las
mismas, pocas veces se equivocaba.
Solomon la siguió, le costaba dar sus
pasos, no sabía lo que hacía, se dejaba llevar, aquella decisión
sería vital, su mente arrastraba los pies como si fuera un ánima en
pena. Luisa caminaba tranquila hacia el lugar indicado, de vez en
cuando se volvía temiendo que Solomon no la siguiera. Llegaron al
quiosco, el amigo de Luisa se acercó a Solomon, éste se detuvo,
fue un instante, podía salir corriendo como quedarse allí; _ ¡sea
lo que Dios quiera!_ , pensó, pero Juan el amigo de Luisa saludó a
Solomon en un perfecto alemán, y aquello hizo que recobrara su
confianza; pasearon por el andén los dos hombres mientras charlaban,
manteniendo una conversación durante unos minutos. Después Juan se
acercó a las hermanas y se metieron en el quiosco, como si tratara
de explicarles algo que debería pasar desapercibido. Les informó
entonces, que aquel hombre era un judío alemán, venía de Berlín,
llevaba más de tres meses huyendo y viajando, quería pasar a
Portugal para embarcar desde Oporto a Estados Unidos, y necesitaba
que alguien le acogiera durante unos días mientras no pudiera pasar
la frontera.
Luisa no se lo pensó dos veces,
tendrían que tener mucho cuidado, pero su casa era la ideal, ya que
no despertaría sospechas. Además del quiosco, Luisa y su hermana
tenían un gran salón en el piso alto de su casa, en donde los
fines de semana se celebraban bailes y entraba mucha gente. Lo
llevarían esa misma tarde, porque era sábado, y la entrada al baile
les ampararía pasando desapercibidos. El único problema era que su
casa estaba justo enfrente de la cárcel del pueblo, a donde Luisa
llevaba algunas veces comida a los presos, los tiempos en la España
de la posguerra seguían siendo difíciles.
A partir de ese momento Juan, Luisa y
su hermana juraron un pacto de silencio que duraría generaciones,
aquello constituyó una vía de salida hacia la frontera y hacia la
libertad de muchos judíos huidos de varios países de Europa. El
primero fue Solomon.
Mientras éste estuvo oculto en casa
de Luisa, la discreción fue total. Luisa pensó que para poder
ayudar a esta gente necesitaba a dos personas más que pudieran
trasladarlos o ayudarles a encontrar el camino; esas personas, que
con Solomon se iniciaron en aquella red clandestina fueron: Manuel,
taxista del pueblo, y José, pescador; todos gente de confianza plena
de Luisa, no podía haber ninguna fisura.
Solomon estuvo varios días escondido.
A mediados del mes de Junio, los días ya eran largos y cálidos,
muchas noches la luna llena iluminaba con todo su esplendor el río
Miño cuando salía a través de las montañas que rodeaban la Villa.
Ese río era el que tenía que cruzar Solomon para llegar a la
frontera portuguesa. Luisa habló con él y le dijo que aquel era el
momento idóneo para realizar el viaje. Se puso entonces en contacto
con José el pescador, el cual solía pescar de noche en el río las
lampreas y anguilas casi hasta la madrugada, éste conocía la ribera
del mismo como la palma de su mano. José salía siempre acompañado
de su hijo, un joven de diecisiete años que ayudaba a su padre en la
faena. Luisa y José consideraron que con el buen tiempo y el bajo
caudal del río se daban las condiciones adecuadas para atravesarlo,
y poder cruzar así a la otra la orilla hasta la zona portuguesa,
tendrían que recorrer unos nueve o diez kilómetros río abajo.
Luisa y su hermana se despidieron de
Solomon, llevaba en su mochila aquellos melindres recién hechos para
el camino, y unas monedas de plata que Luisa guardaba desde hacía
tiempo, y que le dio a Solomon, pues consideraba que las necesitaría
para obtener el pasaje y comida durante el viaje. Solomon agradeció
a Luisa toda la ayuda que había recibido, sus ojos se humedecieron,
y Luisa le animó diciéndole:
_ No queda tiempo para los
sentimientos, necesita las fuerzas para llegar a su destino, creo que
Vd. hubiera hecho lo mismo por nosotras si hubiésemos estado en su
situación, en el mundo todavía hay mucha gente solidaria que
contrarresta la maldad de otros…._
Solomon le dio un abrazo a Luisa y a
Manuela y salió a la calle. Eran las diez y media de la noche, José
y su hijo le esperaban a unos metros, y así juntos caminaron
tranquilamente hacia el río. Se encontraron a un vecino que también
iba a pescar, les saludó, y la oscuridad de la noche hizo pasar
desapercibido a Solomon.
Llegaron a la orilla recorriendo una
parte del camino; al cabo de un rato, José les dijo a Solomon y a su
hijo que él no debería continuar, tres personas llamaban mucho la
atención, y tendría que pescar para no levantar sospechas. Su hijo
Pablo conocía muy bien todo el recorrido, lo llevaba haciendo desde
niño, José pensó que su hijo acompañaría a Solomon hasta el
final del trayecto sin problema. Pablo miró a su padre, la
obediencia y el respeto eran patentes, su padre era un hombre
honesto, firme y trabajador, para Pablo era un ejemplo a seguir; no
discutió, ni dudó de las palabras del mismo. Solomon se quedó
viendo al muchacho y sabía que había en esa decisión algo
importante: un adolescente sabe moverse por los caminos que conoce
incluso mejor que un adulto, asintió con la cabeza y le dio un
abrazo a José: _Grasias por todo_, le dijo. José le dio la mano y
pensó: _¡qué valentía la de estos hombres que se enfrentan con la
vida y luchan por sobrevivir!_, él lo comprendía, vivía en una
tierra de emigrantes y entendía el desarraigo que se produce cuando
dejas todo lo que quieres y te vas para construir una nueva vida;
aunque las situaciones eran distintas, unos emigraban para salvar su
vida y otros para encontrar económicamente un medio que les
permitiera salir de la pobreza y prosperar, pero la mayoría de las
veces siempre era en tierras muy lejanas.
Continuaron el trayecto, Solomon sabía
que aún le quedaba un largo camino después de cruzar la frontera,
pero aquella parada y nexo de unión entre España y Portugal era una
bocanada de esperanza en su búsqueda de la libertad.
Pablo agarró por el brazo a Solomon,
y le indicó por señas que fuera detrás de él sin apartarse un
palmo, recorrerían la ribera del río Miño hasta la zona de
estrechamiento y perfectamente vadeable a través de la cual pasaría
al otro lado que era muy próximo al territorio portugués.
La luna alumbraba el agua, su reflejo
les servía de guía, dando la suficiente luz para poder caminar.
Y así ayudados por la claridad de la
luna, esa luna de aquella Villa acogedora que Solomon nunca podría
olvidar, y que en tiempos muy lejanos sus ancestros la habían
habitado durante siglos, hasta que en España también se les
persiguió y expulsó.
_Somos un pueblo errante _, pensaba
Solomon, _ ¿por qué perseguimos a los pueblos?_, ¿por qué se
busca unos culpables para que el hombre poderoso tenga una excusa en
sus acciones?, _ ¿por qué, por qué….?_. Solomon caminaba absorto
en sus pensamientos, se acordada de sus clases de historia en la
Universidad de Berlín; seguía a aquel muchacho que de vez en cuando
le alargaba la mano para ayudarle a no resbalar en la orilla
enfangada del río, ya que al estar resbaladiza podía provocar que
cayera al mismo. Se pararon un momento para descansar y sentarse.
En el silencio de la noche solamente
murmuraba el sonido de los grillos o el croar de alguna rana perdida
entre las aguas. El chico lo miraba, él sabía que su padre le había
encomendado una labor importante, llevar a aquel hombre hacia un
lugar seguro, para poder pasar al otro lado del río; lo había hecho
muchas veces en los meses de verano, caminaba lejos con sus amigos
tratando de encontrar el sitio más adecuado para darse un baño, en
un lugar donde las aguas fueran menos peligrosas y poder atravesar el
río para cruzar a la otra orilla. Esta vez era algo especial, se
sentía necesario en aquella situación, debía tratar de tener
cuidado y llegar bien al lugar indicado, era todo un reto y su
mente de adolescente maduraba sin darse cuenta como un árbol joven
que se endereza buscando la luz del sol.
Pablo se paró de repente, había oído
unas voces y una luz que se acercaban; se agacharon detrás de unas
ramas, eran dos hombres que cargaban con su redes y sus cestos llenos
de anguilas que acababan de pescar, iban tan absortos en su
conversación que no repararon en aquellas dos sombras escondidas;
dejaron que se alejaran y continuaron andando.
Llegaron por fin, después de más de
cuatro horas de trayecto, al punto en el que el río se estrechaba,
y unas rocas permitían poder pasar con menos dificultad, sin tener
que internarse de lleno en sus aguas.
Salomón pensaba en Pablo, en su
camino de vuelta; y en un esfuerzo en su parco conocimiento del
español le solicitó al mismo:
_Vuelve despacio, despacio, tú
regresar bien…._, y le dio un abrazo. El contacto con las personas
a veces es necesario, quería trasladarle su agradecimiento sincero
de esa forma. Finalmente Solomon buscó en su bolsillo, sacó una de
las monedas de plata que le había dado Luisa, y se la entregó a
Pablo; éste en principio la rechazó, le decía que no era necesario
y que él la necesitaría para el camino.
Solomon insistió, y volviendo a
realizar todo un alarde de expresión le dijo:
_Guarda la moneda por favor, llévala
siempre contigo y me recordarás…_
Las pocas palabras que sabía se le
habían ajustado correctamente a lo que quería transmitir a aquel
muchacho, y sonrió pensando el esfuerzo que había realizado para
construir la frase.
Pablo le agarró la mano y aceptó la
moneda, se la llevó al corazón indicando que siempre lo
recordaría, y volvieron a abrazarse con emoción.
Solomon empezó a atravesar el paso
del río, despacio y con precaución, porque estaba muy resbaladizo.
Tuvo que sujetar su macuto en alto y meterse en el agua hasta la
cintura, pero no le importó, hacia calor y se secaría enseguida;
hubo un momento que casi pierde el equilibrio, pero logro
enderezarse. Pablo esperó en la otra orilla hasta que Solomon cruzó,
y vio como éste con el brazo en alto le decía adiós.
A lo largo de los años Pablo ha
llevado siempre su moneda de plata en el bolsillo, la toca, y piensa
en Solomon. Nunca supo si éste llegó a su destino, pero en aquella
moneda quedó para siempre su espíritu, que estaría cerca de Pablo
y de su corazón.
….. Las
historias no son lejanas ni antiguas, son tan actuales como nuestra
memoria quiera acercarlas……
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Tena Alva, Ribadavia 2010