Onte martes tivo lugar en Vigo unha interesatísima conferencia-coloquio impartida polo bo amigo de AGAI e presidente de ASEI, Fernando Álvarez Barón. O acto tivo unha magnífica asistencia de público que ao remate da mesma animou un moi interesante coloquio. De seguido reproducimos un amplo resumo da mesma facilitado polo propio autor.
Fernando Álvarez Barón (dereita) durante a súa intervención
Fernando Álvarez e Pedro Gómez-Valadés
No
hay sal en el mercado (es sábado y los judios no están)
Fernando
Álvarez Barón
Vigo
– 5 de Febrero de 2013
Entre
los bereberes del centro y sur de marruecos ha pervivido hasta
mediados del siglo XX este refrán para referirse a los judíos. La
generosidad de este dicho popular bereber se acrecienta si
consideramos el contexto; poblaciones seminómadas, carentes de
recursos naturales, que han vivido históricamente del comercio trans
sahariano, cuya moneda de intercambio secular ha sido la sal. Después
de Auschwitz-Birkenau
habría
que volver a referirse a la sal del mercado para describir la
exuberancia intelectual con la que individuos judíos y
judaizantes se han aplicado a poner patas arriba los presupuestos
clásicos de la economía, la sociología y la psicología y han
encabezado el despegue de la neurociencia y la
neuropsicología.
En
Viena
en
1936, el 75% de los médicos eran judíos, frente a un 8% de
población hebrea de la capital de Austria. Desde la
perspectiva sociológica de Víctor
Karady,
una
de las causas de esta sobrerepresentacion se debe a los “mecanismos
compensatorios” que las minorías ponen en funcionamiento
para sobrevivir en el seno de mayorías hostiles. Los judíos
europeos, anteriores al holocausto, desarrollaron este
mecanismo compensatorios con éxito, en casi todos los ámbitos de
la actividad humana, pero especialmente en aquellas “nuevas
profesiones”, que como la sociología, la psicología, la
economía, el periodismo o la investigación científica
estaban relacionadas con la exploración de las relaciones entre los
seres humanos, sus ambigüedades y sus contradicciones.
El
neurólogo
Antonio
Damasio,
publico en 2003 el libro En
busca de Spinoza.
Nos explica que los últimos descubrimientos sobre las emociones
permiten describir como la mayor parte de la actividad humana de
desarrolla a través de procesos automáticos no conscientes. Somos
rehenes en gran medida de nuestros automatismos. Pero identifica
físicamente en el cerebro los mecanismos que permiten esforzarnos
intencionalmente en acotar nuestras emociones, y que nos capacitan
para decidir sobre que objetos y situaciones derrochamos
nuestro tiempo y sobre todo nuestra atención.
De
esta forma la neurociencia pone patas a la posibilidad de
confirmar uno se los axiomas de la psicología social más
utilizados: los “mecanismos compensatorios”.
Después
de 1945 el Pueblo
de la Shoah
ha
reforzado la identidad judía con una línea divisoria que separa el
mundo en judíos y en no judíos y que individualmente se vive
como un “nosotros innombrado”, que es la hoja de ruta biográfica
de los judíos y que acoge los “mecanismos compensatorios”
individuales, transformando los sentimientos de dolor y exclusión
en la sal intelectual, que de manera tan exuberante se nos
muestra, en la sobrerrepresentación judía entre los
modernizadores del pensamiento, entre otros ámbitos.
Un
modernizador es sin duda
Daniel
Kahneman,
israelí que recibió el Premio Nobel de Economía en 2002 por
sus estudios sobre como los humanos tomamos decisiones en entornos
de incertidumbre. Kahneman propone un nuevo concepto de
racionalidad que tenga en cuenta los errores sistemáticos que
comete el cerebro, como la ilusión de causalidad, el efecto
halo, o a ilusión de validez. La toma de decisiones humana hay que
desdoblarla en dos, porque intervienen dos mecanismos cerebrales que
denomina Sistema 1 y Sistema 2. El Sistema 1 está preparado
para creer y no para dudar y tiene pánico a la incertidumbre y al
azar, por lo que frecuentemente trata de contar historias
coherentes, aunque erróneas.
Así
como Kahneman lleva camino de poner patas arriba los presupuestos
clásicos de la economía basados en las expectativas racionales, en
otros campos del conocimiento una pléyade del “nosotros
innombrado” hacen lo propio. Alan
Wicker,
entre otros, se cuestiona uno de los paradigmas clásicos de la
psicología al afirmar que la personalidad no determina el
comportamiento de los hombres: “y
tal vez los humanos no sean más que seres que sucumben a las
presiones, sean cuales sean, que se dan en el entorno social
inmediato.”
Elliot
Aronson,
uno de los psicólogos más influyentes de EEUU, ha dedicado
su esfuerzo intelectual a estudiar la violencia interétnica y las
causas del conservadurismo de la mente humana. Aronson ha
llegado a la conclusión de que las conductas humanas tendentes a
mantener nuestra autoestima son la piedra angular de nuestro sistema
cognitivo plagado de sesgos autoprotectores como; el pensamiento
egocéntrico, el sesgo del propio interés o la memoria
reconstructiva del pasado.
Erving
Goffman
fue
el presidente de la Asociación Americana de Sociología, y al igual
que Sigmund
Freud,
su obra refleja la autobiografía de un judío que logra un
meteórico ascenso social basado en su capacidad intelectual y
profesional. Goffman, que además de sociólogo fue cámara de cine,
revolucionó la Sociología afirmando que los humanos somos actores
que representamos varios papeles/roles a lo largo del teatro
de la vida. Las reglas que rigen la vida social se basan en un
compromiso de conveniencia (working
acceptance)
que son reglas rituales cuya finalidad es mantener la
representación (social) en cada escena.
Como
anticipo genialmente Sigmund
Freud
en
1930, los contenidos conscientes del cerebro nos llegan
preseleccionados, manipulados y empaquetados. A partir de 1990 los
descubrientos de la neurociencia popularizados por Joseph
LeDoux,
Antonio
Damasio,
Matthew
Erdelyi
o
Daniel
Goleman
nos
han puesto ante la evidencia de que la mayor parte del conocimiento
humano es inconsciente y que gran parte de las conductas cotidianas,
incluso con los seres más cercanos, son mecánicas y ajenas
a la consciencia. La violencia histórica contra los judíos se ha
dirigido más allá de la persona individual, contra la identidad
colectiva. La reacción, necesariamente individual, se ha servido de
los mecanismos compensatorios (Karady),
o de la sublimación (Freud),
en un proceso que necesariamente implica la reducción del tiempo
consumido por “la vida automática”, para dedicar tiempo y
esfuerzos a objetivos y metas individuales, en mucha mayor medida
que los componentes de las mayorías sociales (Damasio).
Cuando
Goffman
nos
describe a la sociedad como “relaciones de fuerza basadas en el
simulacro”, o cuando Aronson
explica
el “sesgo del actor observador” , o cuando Damasio/LeDoux
nos
describen la empatía como una especie de “ teatro cerebral
apoyado en las neuronas espejo”, no podemos sino dar gracias
por la exuberancia de este “nosotros innombrado”, cuajado
de “mecanismos compensatorios”, que es un brindis por el
más grande, BARUCH
SPINOZA;
“la
actividad más importante que un ser humano puede lograr es aprender
para entender, porque entender es ser libre”.