Por Pablo Veiga*
Publicado no semanario israelí AURORA (27.01.2013)
Fue un veintisiete de enero del año cuarenta y cinco, tras un lustro de muerte y destrucción, derivado de la aventura bélica de perversos visionarios, cuando las tropas soviéticas entraron en el campo de concentración de Auswitch. Soldados que venían de luchar en cruentas batallas se toparon con las consecuencias de una proyecto denominado malévolamente solución final. Ante sus ojos, prisioneros cuyo estado físico, psíquico y mental hacía dudar de su verdadera condición humana. Supervivientes tras la esclavitud a la que habían estado sometidos. Enfermos, famélicos, vejados y humillados se mostraban al mundo aquellos testigos directos de la barbarie nazi. Pero lo peor se hallaba en los barracones, cámaras de gas, hornos crematorios y fosas comunes. Centenares de muertos, asesinados por sus verdugos por la simple condición de judíos. Auswitch, lamentablemente no sería el único mausoleo que se habría de dedicar a esta infamia que no se pudo, o no se supo o no se quiso detener. En muchos otros campos de prisioneros, esparcidos por la geografía europea, se contemplarían escenarios similares con idénticos protagonistas. El resultado, de todos conocido, más de seis millones de personas judías aniquiladas.
Es lo que conocemos
por Holocausto y que recordamos todos los veintisiete de enero desde
hace varios años. La Asamblea de las Naciones Unidas, el Parlamento
Europeo y las distintas cámaras de representantes de los estados
democráticos, así como las corporaciones autonómicas y locales, aprueban
una declaración solemne en conmemoración de las víctimas de la Shoáh.
Han pasado siete décadas de aquellos abominables acontecimientos. En
unos años ya no habrá supervivientes directos, mas no por ello podemos
dejar de olvidarlo. Aparecen provocadores revisionistas que osan
cuestionar las cifras oficiales de muertos. Otros, con su anti semitismo
arraigado, establecen la odiosa comparación con el conflicto palestino,
identificando sin ambages a Israel con prácticas propias del nazismo y
equiparando a los árabes-palestinos con los judíos de la Shoáh. "Gaza es
un gran campo de concentración al aire libre de millón y medio de
personas", se escucha esta frase. Por supuesto, tibias declaraciones
ante las masacres actuales de Siria y la represión generalizada contra
cualquier atisbo de libertad en el mundo árabe.
El Holocausto ha sido una vergüenza para la Humanidad. Lamentablemente, ni la vieja Europa, ni el mundo en general han aprendido la lección. A lo largo del siglo veinte, numerosas guerras, sanguinarias y abyectas, han tenido lugar en el planeta Tierra. El hombre es un lobo para el hombre, como bien señaló Thomas Hobbes, filósofo inglés del XVII.
Por todo ello, es necesario e imprescindible mantener vivo el recuerdo de lo sucedido en aquella fatídica época. Lo haremos este año y el que viene. Y siempre
* Pablo Veiga é socio de AGAI e colaborador desde Galicia no semanario israelí AURORA