Por Pablo Veiga*
Artigo publicado no semanario israelí AURORA
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En esta columna se ha constatado las dificultades a las que nos enfrentamos aquellos que osamos defender en el oeste europeo, simplemente, el derecho de Israel a existir como estado y país. Uno de los argumentos, entre otros muchos, que presentamos con mayor fuerza, es la condición de sociedad democrática, con elecciones libres, multipartidismo, la existencia de separación de poderes y el sometimiento y amparo de todos los ciudadanos –inclusive los más poderosos- al estado de derecho. Características que identificaban a Israel como una excepción en todo Oriente Medio hace seis décadas, como bien decía Golda Meier y, lamentablemente, así sigue siendo hasta la fecha. Las revueltas que en los últimos tiempos se están llevando a cabo en países como Egipto, Túnez o Libia y en las monarquías del Golfo Pérsico, suponen una auténtica novedad en el complejo tablero de una de las zonas más sensibles del planeta. En Europa nos hallamos a la expectativa. Una vez más, se observa cierta parálisis de nuestras instituciones comunitarias. Un mayúsculo cinismo demostramos al definir como dictadores y sátrapas a personajes que eran recibidos con todo tipo de honores y prebendas. Han podido más los acuerdos comerciales, la supuesta contención de la inmigración ilegal y el freno al terrorismo islámico que los derechos civiles de los pueblos. Simplemente, vergonzoso. Desde nuestra perspectiva, ahora se saluda la caída de esos regímenes, autoritarios y corruptos, y de sus dirigentes. Los interrogantes sobre el futuro inmediato también están presentes en la Unión Europea. Nos alegramos por la caída de Ben Ali, Mubarak o Gadafi, pero preocupa la alternativa. Aquí existe un dicho popular que dice "más vale viejo y malo conocido que lo nuevo y bueno por conocer". La óptica con la que Israel observa todo este fenómeno está cargada de temor e incertidumbre. Es lógico. En estas seis décadas, los países vecinos no han dado tregua y no han vacilado en lanzarse a aventuras bélicas con la finalidad y resultados de sobra conocidos. No extraña que se valore positivamente que tanto Egipto como Jordania tengan establecidas relaciones diplomáticas con Ierushalaim; la denominada paz fría significa cierta tranquilidad para la sociedad israelí con el cese de hostilidades de ambas naciones. Normal la ansiedad manifestada por las autoridades hebreas a lo que ocurra en Egipto a partir de ahora. Pero no olvidemos qué clase de gobernante era Hosmi Mubarak y cuáles sus formas de actuar, inadmisibles tanto desde el punto de vista europeo como del israelí. Los que creemos en la libertad de los seres humanos –vivan donde vivan-, en la democracia y en el estado de derecho, nos congratulamos que por fin esos pueblos sometidos se hayan levantado contra sus mandatarios tiranos y apostamos porque en esas sociedades triunfen los mismos principios por los que nos guiamos Europa e Israel. Tenemos ejemplos muy preocupantes en la zona, cierto, como el Irán tras la revolución jomeinista, Hamás en Gaza o Hizbulá en Líbano. Pero demos un voto de confianza a los jóvenes egipcios, libios y del resto de países. Están demandando lo que otros disfrutamos: la libertad, y la democracia. El progreso de los pueblos dependerá de la capacidad para transformar sociedades frustradas, atrasadas y oprimidas en auténticas comunidades donde primen la dignidad individual y los derechos humanos colectivos. Ya es hora de que Israel deje de ser una isla en un mar de intolerancia. Aprovéchese esta oportunidad histórica. No tengamos miedo a la libertad.
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* Pablo Veiga, socio de AGAI e colaborador no semanario israelí AURORA
Artigo publicado no semanario israelí AURORA
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En esta columna se ha constatado las dificultades a las que nos enfrentamos aquellos que osamos defender en el oeste europeo, simplemente, el derecho de Israel a existir como estado y país. Uno de los argumentos, entre otros muchos, que presentamos con mayor fuerza, es la condición de sociedad democrática, con elecciones libres, multipartidismo, la existencia de separación de poderes y el sometimiento y amparo de todos los ciudadanos –inclusive los más poderosos- al estado de derecho. Características que identificaban a Israel como una excepción en todo Oriente Medio hace seis décadas, como bien decía Golda Meier y, lamentablemente, así sigue siendo hasta la fecha. Las revueltas que en los últimos tiempos se están llevando a cabo en países como Egipto, Túnez o Libia y en las monarquías del Golfo Pérsico, suponen una auténtica novedad en el complejo tablero de una de las zonas más sensibles del planeta. En Europa nos hallamos a la expectativa. Una vez más, se observa cierta parálisis de nuestras instituciones comunitarias. Un mayúsculo cinismo demostramos al definir como dictadores y sátrapas a personajes que eran recibidos con todo tipo de honores y prebendas. Han podido más los acuerdos comerciales, la supuesta contención de la inmigración ilegal y el freno al terrorismo islámico que los derechos civiles de los pueblos. Simplemente, vergonzoso. Desde nuestra perspectiva, ahora se saluda la caída de esos regímenes, autoritarios y corruptos, y de sus dirigentes. Los interrogantes sobre el futuro inmediato también están presentes en la Unión Europea. Nos alegramos por la caída de Ben Ali, Mubarak o Gadafi, pero preocupa la alternativa. Aquí existe un dicho popular que dice "más vale viejo y malo conocido que lo nuevo y bueno por conocer". La óptica con la que Israel observa todo este fenómeno está cargada de temor e incertidumbre. Es lógico. En estas seis décadas, los países vecinos no han dado tregua y no han vacilado en lanzarse a aventuras bélicas con la finalidad y resultados de sobra conocidos. No extraña que se valore positivamente que tanto Egipto como Jordania tengan establecidas relaciones diplomáticas con Ierushalaim; la denominada paz fría significa cierta tranquilidad para la sociedad israelí con el cese de hostilidades de ambas naciones. Normal la ansiedad manifestada por las autoridades hebreas a lo que ocurra en Egipto a partir de ahora. Pero no olvidemos qué clase de gobernante era Hosmi Mubarak y cuáles sus formas de actuar, inadmisibles tanto desde el punto de vista europeo como del israelí. Los que creemos en la libertad de los seres humanos –vivan donde vivan-, en la democracia y en el estado de derecho, nos congratulamos que por fin esos pueblos sometidos se hayan levantado contra sus mandatarios tiranos y apostamos porque en esas sociedades triunfen los mismos principios por los que nos guiamos Europa e Israel. Tenemos ejemplos muy preocupantes en la zona, cierto, como el Irán tras la revolución jomeinista, Hamás en Gaza o Hizbulá en Líbano. Pero demos un voto de confianza a los jóvenes egipcios, libios y del resto de países. Están demandando lo que otros disfrutamos: la libertad, y la democracia. El progreso de los pueblos dependerá de la capacidad para transformar sociedades frustradas, atrasadas y oprimidas en auténticas comunidades donde primen la dignidad individual y los derechos humanos colectivos. Ya es hora de que Israel deje de ser una isla en un mar de intolerancia. Aprovéchese esta oportunidad histórica. No tengamos miedo a la libertad.
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* Pablo Veiga, socio de AGAI e colaborador no semanario israelí AURORA