25/07/09

Texto da presentación por parte de Júlio Béjar da conferencia de Raphael Schutz na Coruña (22.07.09)


Quiero en primer lugar agradecer la calurosa acogida y todas las facilidades brindadas por el Club Financiero Atlántico, su Junta Directiva y, muy especialmente, las gestiones promovidas por mi amigo, D. Francisco Linares Moreno, a fin de que hoy podamos compartir esta velada con todas las personas que han mostrado su disposición y amabilidad para estar aquí reunidas.

Club Financiero Atlántico, entre cuyos objetivos figura, no por casualidad, la comprensión, el estudio y el análisis de las relaciones sociales y comerciales del tejido empresarial gallego con el mercado que le resulta territorialmente más inmediato, pero también con el de ámbito internacional. Y si hablamos de países económicamente punteros a nivel internacional, es obligada la referencia a Israel, considerado ya un mercado plenamente desarrollado. En este sentido, el proveedor de herramientas de soporte para la inversión, Morgan Stanley Capital Investment (MSCI) -cuyos índices sobre renta variable son seguidos por traders con aproximadamente 3.000 millones de dólares en activos- decidió el pasado 16 de junio elevar el status de ese país, de mercado emergente a desarrollado, lo que se hará efectivo a lo largo del año entrante.

Supone para mi un honor poder saludar esta tarde, en nombre de AGAI, ASOCIACIÓN GALEGA DE AMIZADE CON ISRAEL, a la legación que nos visita, integrada por el Sr. Amos Wohl, Agregado Comercial de la Embajada de Israel, el Sr. Gil Gidrón, Presidente fundador de la Cámara de Comercio e Industria Hispano-Israelí, y el Excelentíssimo Sr. Embajador de Israel D. Rafael Schutz

D. Rafael Schutz, que intervendrá en breves instantes, nació en Tel Aviv. Es licenciado en Historia por la Universidad de Bar Ilán y lleva vinculado al cuerpo diplomático israelí desde comienzos de los años 80, habiendo desempeñado entre otros cargos el de Primer Secretario de la Embajada de Israel en Chile entre 1987 y 1991, el de Embajador de Israel en Colombia de 1999 hasta 2001 y desde 2007 es Embajador para España y Andorra.

Israel es un Estado con una extensión de 21.000 kilómetros cuadrados –la misma que la provincia de Badajoz, o que la Comunidad Gallega sin considerar la provincia de A Coruña. Demográficamente cuenta con poco más de 7 millones de habitantes.

Con recursos de acuíferos escasos, y donde más de la mitad de su territorio es desértico, Israel es el único país de su entorno que no basa su economía en la explotación de las fuentes petrolíferas. Esa precariedad de recursos naturales y una delicada situación geopolítica, han obligado a Israel a centrarse en su talento humano. Constituye ya un lugar común afirmar que la clave del éxito económico de este país, que conforma la única democracia internacionalmente homologable en Oriente Medio, radica en el fomento de la cultura innovadora y en el desarrollo tecnológico.

Considérese que en 2008 en la zona euro el crecimiento del PIB fue apenas del 0’9 mientras que en Israel rondó el 4 %.

Según datos actualizados, el referido desarrollo tecnológico se refleja en el hecho de que el 60 % de su mercado exterior tenga un componente esencialmente tecnológico (agrotecnología, equipamiento médico, biotecnología, electrónica o Internet).

Sus Universidades producen anualmente un ratio de ingenieros y científicos que casi duplica el de los EEUU y es seis veces superior al de España. Su inversión en Investigación y Desarrollo, que alcanza el 4.6 % del PIB sólo en lo que es I+D civil, es el más elevado del planeta. De considerar también la I+D militar, la diferencia aún sería mucho mayor.

A pesar de la crisis, todos los analistas opinan que la economía de Israel crecerá este año (según el informe de finales de Abril del Banco de Israel, en torno al 1’5).
Israel es uno de los países del mundo con mayor número de patentes por habitante.
Es el segundo país con más empresas cotizando en el Nasdaq.
Entre Haifa y Tel Aviv suman más de 4.000 startups, pequeñas empresas vinculadas al mundo emprendedor y de la innovación.
Y así podríamos seguir.

Un Estado, por tanto, exquisitamente democrático –donde conviven las más dispares culturas, étnias, lenguas y religiones- y económicamente próspero.

¿Qué explica, entonces, la animosidad de la mayor parte del mundo hacia Israel?

¿Por qué Israel es el único Estado miembro de la comunidad internacional que ha de explicar permantemente por qué existe, y cuya mera existencia es considerada un acto de agresión?

¿Por qué se exije a este pequeño Estado lo que no se reclama a los casi 200 restantes países del mundo, muchos de ellos implacables dictaduras de corte medieval?

¿Por qué de entre todos los pueblos sin Estado propio (los kurdos, chechenos, los armenios o tibetanos), sólo el llamado “pueblo palestino” goza de la solidaridad incondicional y expresa, así como de una mastodóntica financiación por parte de la Unión Europea?

¿Por qué Israel es el único caso donde el resto de la comunidad internacional es quien determina la ubicación de la capital del país?

¿Por qué Israel, vencedora en todas las contiendas contra ella emprendidas, es el único Estado al que las condiciones de armistício le son impuestas por los enemigos derrotados?

¿Se le exigiría a cualquier otra nación que permaneciese cruzada de brazos si desde u enclave vecino se asesinase de forma rutinaria a sus ciudadanos en el territorio bajo su soberanía?

Leon Pinsker, un médico polaco de finales del siglo XIX, acuñó en el folleto titulado “Autoemancipación” un término para dar respuesta a esa aversión: JUDEOFOBIA. En la palabra “Judeofobia” el prefijo señala expresamente el destinatario de esa aversión, y el sufijo –fobia- alude a su carácter irracional, propio de una subjetividad individual o colectiva enferma.

Textos odiosos como el "Mein Kampf" o “Los Protocolos de los Sabios de Sión” se venden hasta agotar las ediciones en los países árabes, y los petrodólares iranís y de los países del Golfo sostienen una próspera industria de Revisionismo del Holocausto.
Pero no es preciso mirar tan lejos. Hace escasamente un mes, uno de los periódicos españoles máss importantes, y que se pretende referente a escala internacional, editaba una viñeta de una judeofobia sólo equiparable a las que publicaba el semanario “Der Stürmer” en la Alemania de los años 30. En esa viñeta de contenido ya de por sí infame, se nos presenta a una mujer y un judío caracterizado con todos los elementos del estereotipo de la propaganda nazi: nariz encorvada, tirabuzones, ropa negra y mirada huidiza. Sintetizado en esa ilustración subyace lo peor de la historia europea, siguiendo un hilo que atraviesa nuestro imaginario colectivo desde la época de la Inquisición y los libelos de sangre, pasando por los progromos y las razzias de exterminio hasta llegar a las cámaras de Auschwitz.

Nuestro invitado de hoy, el Sr. Schutz, saliendo al paso de las tiras pretendidamente cómicas y de los artículos judeófobos difundidos en ese medio durante las últimas semanas replicaba en un texto parcialmente censurado y aparecido en la sección de Cartas de la referida publicación: “Los palestinos siempre han preferido invertir en armas y materiales explosivos para atentar contra los israelíes en lugar de invertir en educación, sanidad, infraestructuras y asentar los cimientos de su propia sociedad y prosperar”.

En efecto. Hagan, si no, la siguiente reflexión: ¿Cuánto dinero europeo se invierte en aniquilar a un ciudadano israelí? La respuesta es estremecedora: tómese el total de las ayudas llamadas “humanitarias” concedidas por la Unión Europea al mayor foco terrorista desde la segunda mitad del siglo XX. A modo de ejemplo: desde el año 2000, la Comisión Europea ha enviado un total de 3.400 millones de euros en concepto de ayuda a los palestinos, siendo España el segundo país donante de la UE por volumen absoluto en esa ayuda. Descuéntese de esa cantidad el suculento porcentaje que irá directamente a las cuentas más o menos opacas de la dirigencia palestina y de sus familias. Tomemos la cifra restante.

Habida cuenta de la prácticamente total ausencia de inversión productiva en los territorios administrados por la Autoridad Palestina, el rastreo del dinero no resulta difícil: las armas, mientras no se demuestre lo contrario, no se adquieren gratis, y la constelación de grupos armados que se asientan sobre el territorio esquilmado por los distintos sucesores de Arafat detenta la mejor dotación bélica que haya poseído jamás logia terrorista alguna.

Concluyo, antes de dar paso a la intervención del señor Embajador, con una reflexión que formulaba en un texto del pasado 20 de mayo el escritor Gabriel Albiac:
No hay Estado en el mundo al cual no se reconozca potestad para defender con las armas sus fronteras. Excepto a Israel.
Quienes, bajo soflamas humanitarias, niegan el derecho israelí a proteger sus fronteras frente un enemigo armado que proclama su propósito de destruir el país y expulsar a sus habitantes, fingen hablar de política. Pero no hay política en una hipótesis tan carente de racionalidad mínima. Bajo la epidermis de la retórica caritativa y de se moralismo que es modo especificamente europeo de enmascarar lo más siniestro, se esconde un odio antiguo. Irracional y homicida. El de la intemporal judeofobia: el judío como enfermedad que debe ser extirpada de lo humano. Israel nació en la guerra. Y en la guerra ha sobrevivido ya sesenta y un años. Sin permitirse una pausa ni un desaliento. No es azar. Ni heroísmo. Tan sólo, la constancia de un dato material básico: una sola ocasión de desaliento, una sola debilidad, una derrota, equivaldrían a su aniquilación. Pocas naciones del mundo, quizá ninguna, viven en tamañe certeza: vencer militarmente cada día o ser borrados del mapa.

En 1947, Israel aceptó, sin condiciones, el mapa palestino de la ONU. En 1948, los ejércitos árabes emprendieron, en todas sus fronteras, lo que se anunció iba a ser una rápida “operación de limpieza”. Israel, sin un ejército aún que mereciese tal nombre, movilizó en armas hasta al último de sus ciudadanos. Venció. Construyó un Estado libre y próspero, allí donde sus vecinos sólo habían sido capaces de generar servidumbre y miseria. En 1967, Egipto, Siria, Jordania e Irak anunciaron llegado el momento de extirpar, por fin, el cáncer judío. Fueron derrotados. Dos años después, los guerrilleros de la OLP eran masacrados por sus hermanos jordanos. En 1973 Egipto intentó nuevamente la aventura; fue la ofensiva mejor planificada. Un veterano militar llamado Ariel Sharon salvó a Israel, con una operación de riesgo máximo a la otra orilla del Canal de Suez. Sadat firmó la paz en el 79 –lo pagó con su cabeza. Siguieron continuadas escaramuzas. Seguirán. Mientras los dirigentes palestinos sigan considerando de más valor los fondos internacionales que se embolsan en oscuras cuentas suízas, que el sufrimiento espantoso de su pueblo. Israel exige fronteras estables, como toda nación. Como casi ninguna debe combatir cada mañana para conseguirlas. O aceptar la muerte.

Desde AGAI, la Asociación Galega de Amizade con Israel fundada a finales del año 2006, nos hemos propuesto humildemente, pero de modo irrenunciable, acometer entre otros los siguientes objetivos:
Denunciar el discurso de la judeofobia imperante y la banalización de la memoria del Holocausto.
Propiciar foros de reflexión y debate con los que contrarrestar la permanente demonización del Estado amigo de Israel.
Rehabilitar, recuperar y propagar el inmenso legado histórico, ético y cultural del pueblo judío en nuestra sociedad.
Si actos como el de esta tarde sirven para avivar la curiosidad o derrumbar algún prejuício en alguien, nos damos por bien remunerados.

JULIO BÉJAR
Escritor y miembro de la Asociación Galega de Amizade con Israel-AGAI
A Coruña, 22 de Julio de 2009 / 01 Av 5769