27/07/09

Israel en oriente medio


Israel en oriente medio
Vigo, 23 de julio de 2009
Raphael Schutz
Embajador de Israel
Buenos días,

Quiero iniciar mis palabras agradeciendo esta oportunidad para exponer la perspectiva israelí y la mía en particular en cuanto al tema de oriente medio.

Considero importante las oportunidades como esta pues en los medios de comunicación se oye hablar de Israel mucho, pero de hecho se sabe poco. En España, la falta de conocimientos sobre mi país es más profunda que en otros sitios de Europa. Esto tiene unas raíces históricas profundas y complejas. En esta ocasión no voy a tratar de analizarlas de forma detallada; destacaré sólo dos:

Durante casi 500 años, desde la expulsión de 1492, los españoles no han tenido prácticamente ningún contacto con judíos de verdad, de carne y hueso, sino sólo con estereotipos más o menos fantasmáticos y casi siempre negativos.

Por razones geopolíticas, las relaciones entre nuestros dos países se establecieron tardíamente, en 1986, mientras que con la mayor parte de los países del mundo occidental se establecieron al fundarse el estado de Israel en 1948. Nuestras relaciones diplomáticas cumplieron este año su vigésimo tercer aniversario. En cuanto al conocimiento de Israel en España nos queda todavía un largo camino por recorrer.

Dos elementos significativos de la esencia israelí, generalmente ausentes de los análisis hechos desde aquí de nuestra sociedad, son la experiencia de la emigración y la de ser refugiados. En la actualidad, alrededor del 70% de los ciudadanos de Israel han nacido en el país, lo que significa que en torno a un tercio de su población ha inmigrado desde sus países de origen. Un dato aun más llamativo es que aproximadamente el 85% de los padres de quienes han nacido en Israel no nacieron allí, sino que emigraron, en general como consecuencia de persecuciones con trasfondo religioso o nacional. Esto significa también que la abrumadora mayoría de los israelíes que como yo nacieron en Israel lleva consigo la experiencia de ser refugiados y emigrantes heredada de sus padres. Yo, como acabo de mencionar nací en Israel, pero mis padres llegaron como refugiados de Alemania. Siendo niños, en la década de los 30 del siglo pasado, huyeron junto a mis abuelos cuando los nazis subieron al poder, salvándose así de ser exterminados durante el Holocausto. Uno de los rasgos característicos de esta experiencia es un sentimiento y una sensación de falta de seguridad existencial. No tenemos por cosa obvia la estabilidad del suelo que pisamos.

Es por esto que cuando en una de las entrevistas que realice para medios de comunicación españoles el año pasado con motivo del 60º aniversario, el periodista me preguntó cómo veía a Israel dentro de 60 años, aunque respondí lo que respondí, dos pensamientos cruzaron mi mente: 1) aparentemente no es una pregunta que harían a embajadores de otros países, y 2) se trata, sin embargo, de una pregunta procedente, pues también nosotros, los israelíes, nos la planteamos.

Más de 60 años ya, pero todavía no asumimos como algo evidente la idea de que seguiremos existiendo colectivamente dentro de otros 60 años.

Más allá de ser una sociedad de inmigrantes hay otros factores que ahondan esa sensación de inseguridad. Hay una maquinaria de propaganda poderosa, en su mayoría dirigida desde afuera, pero también derivada, en parte, de nuestra propia idiosincrasia que complica la cuestión –a priori simple– de cómo percibimos nuestro futuro.

Represento a un estado cuyo ejército tiene capacidades que muy pocos otros ejércitos tienen, con una renta per cápita de nivel europeo y superior a la de cualquiera de sus vecinos, y que se encuentra en el selecto club de países que lideran la revolución de la sociedad de la información y de las nuevas tecnologías. Sin embargo, con toda la fuerza de nuestro ejército y los fantásticos logros, Israel funciona en gran medida como una pequeña comunidad temerosa de un pogromo, de una matanza.

Es entendible. Los 70 años transcurridos desde el proyecto de Hitler son una coma, no son nada desde la perspectiva histórica ni en relación con la magnitud del trauma. Con el paso del tiempo que supuestamente debería haber curado las heridas y las cicatrices en el cuerpo y en el alma de la nación, en la humanidad surgen nuevos imitadores que quieren terminar la obra de los nazis.

Los judíos hemos sido siempre un pueblo con perspectiva histórica. No sólo tenemos marcado en nuestro ADN colectivo la Shoá, el Holocausto. También somos conscientes de que los dos periodos anteriores de plena soberanía judía en la tierra de Israel no habían sido largos. El primer período, en tiempos del primer Templo duró 75 años; en la época del segundo Templo, durante el cual el reino de Israel llegó a ser una potencia regional militar y económicamente fuerte, la plena soberanía duró sólo 66 años. Concluyó con la destrucción total de la soberanía y con un exilio que se prolongó por cerca de 2000 años. Para cualquier israelí con conciencia histórica resulta, pues, poco natural considerar como una cosa obvia la supervivencia de la actual tercera soberanía.

Hay quienes conocen Israel a través de sus paisajes bíblicos, hay quienes lo relacionan con los lugares santos de las tres religiones monoteístas, hay muchos, quizás demasiados, que lo identifican con su poder militar y con el conflicto con sus vecinos, aunque también hay quien lo ve a través de sus iniciativas sociales, como el kibúts, o a través de sus avances tecnológicos.

Pero me atrevería a decir que quien conoce Israel a través de uno sólo, de algunos o incluso a través de todos estos elementos, no puede conocer ni entender Israel. Para llegar a un conocimiento profundo, verdadero, de la esencia israelí hay que entender los temores de Israel. Sus temores nacionales y sus temores personales. Estos temores son en gran medida el resultado de ser una sociedad formada por refugiados e inmigrantes

Definir a un país a través de la suma de sus temores puede ser una tesis difícil de digerir. Aun así, creo que se puede demostrar que dichos temores han sido el motor que empujó a Israel hacia sus mayores logros, no sólo en lo militar, sino en todos los aspectos de la vida. Cuando las preguntas existenciales son compañeras de nuestra vida cotidiana, se puede entender que la vida se vuelva más intensa, lo cual se manifiesta en la cultura, la literatura, la tecnología, la academia y en todos los demás ámbitos de la vida.

Por otra parte, nuestros temores son también responsables de nuestras grandes deficiencias y sobre todo de nuestra dificultad para matizar, para pensar en términos relativos, para responder adecuadamente a cada situación.

Cuando durante años el estado mental nacional traducido a términos políticos es de un permanente sentimiento de temor o miedo a lo peor, el resultado es buscar el apoyo de forma exagerada en el ejército, primar las consideraciones de seguridad, temor a tomar iniciativas, encerramiento, pasividad y pérdida del sentido de la proporción.

El terrorismo palestino que padecemos es criminal e indiscriminado pero no constituye una amenaza para la existencia de Israel y, desde luego, no es Auschwitz. Quienes lo ponen al mismo nivel, cometen el mismo pecado que los negacionistas del Holocausto, al comparar fenómenos no comparables. Además, se convierte en un obstáculo para cualquier intento de solucionar el problema.

En otras palabras, el mayor problema que veo e identifico por parte nuestra, como israelíes, es que el temor existencial bloquea nuestro camino hacia una especie de normalidad. Los visionarios de la idea sionista como Herzl, Ben Gurion u otros, vieron a Israel como el hogar nacional del pueblo judío donde podría vivir como los demás pueblos. En muchos aspectos, el éxito superó las expectativas previas, pero no se puede decir que Israel sea un país normal. Sus dilemas cotidianos son bastante diferentes de los de cualquier otro país del mundo occidental del cual nos consideramos parte. Nuestra responsabilidad como israelíes es percibir adecuadamente estos dilemas, afrontarlos y, en la medida de lo posible, solucionarlos y, en todo caso, no utilizarlos como excusa para dejar de abordar cuestiones cotidianas “normales” como la educación, el apoyo a los desfavorecidos de nuestra sociedad o los temas relacionados con el medio ambiente. Después de todo, en Israel mueren cada año más personas por contaminación ambiental que por ataques terroristas.

Al mismo tiempo, es muy importante que vosotros aquí y la comunidad internacional en general recordéis que no somos paranoicos. Nuestros temores, lamentablemente, están fundamentados en la realidad. Ahmadineyad no es un personaje de cómic y las aspiraciones nucleares iraníes no son fruto de la imaginación de un guionista de Hollywood. Hamás, Hizbalá, Al-Qaeda y otros tampoco son “malos de película” sino malos muy concretos y reales.

En el mundo occidental, especialmente en Europa, hay elementos extremistas radicales que cooperan con Irán, Hamás o Hizbalá, niegan a Israel su derecho a existir como estado judío y proponen levantar en su lugar un estado binacional, negándose así por completo el derecho natural del pueblo judío a la autodeterminación. Muchas veces lo hacen a través del uso de datos falsos y terminología complementaria. A eso precisamente me refería al hablar de maquinaria de propaganda cuando he hablado de nuestros temores. No voy a entrar en la composición y motivos de esta maquinaria propagandística ya que podría ser, por sí solo, materia de otra conferencia. Me limitaré a facilitarles algunas palabras clave como medida de identificación y alerta: cada vez que se encuentren términos como genocidio, apartheid, racismo, colonialismo, imperialismo, política expansionista, sepan que se trata de una parte de la misma gran mentira destinada a deslegitimar a Israel y su derecho a existir como estado de los judíos.

Dicho esto, encuentro importante desarrollar algunos puntos: en primer lugar, el tema de los refugiados palestinos que suele ir ligado a un supuesto derecho de retorno.

El debate mediático sobre esta cuestión, en España y en otros lugares, se plantea de forma sesgada y descontextualizada. En general, se asume que existe un problema de refugiados palestinos que sufren desde hace sesenta años y que la solución a su problema es su retorno a los lugares que se vieron obligados a dejar. Son fórmulas simplistas que ante todo indican pereza intelectual por parte de quienes las defienden y su falta de voluntad de abordar con honestidad los acontecimientos históricos y las consecuencias derivadas de sus posturas.

Los datos históricos fundamentales son los siguientes:

La ONU aprobó en 1947 la resolución 181 en la que se establecía la creación de un estado judío y de un estado palestino.

El liderazgo judío aceptó la resolución; el palestino, alentado por los países árabes, lo rechazó, declarando la guerra para impedir el establecimiento del estado judío y aniquilar a su población.

La guerra la ganaron los judíos y el estado de Israel se convirtió en una realidad. Si los palestinos hubieran aceptado la 181, habrían podido festejar con nosotros 61 años de independencia.

El problema de los refugiados palestinos surge precisamente en el contexto de esta guerra impuesta por los propios palestinos y los países árabes. Alrededor de 650.000 dejaron sus hogares: una parte, expulsados por la fuerza, otra, huyó por temor a la guerra, y los más, se marcharon siguiendo las consignas de los líderes árabes que les prometieron que regresarían pronto, tras aniquilar a la población judía.

La empresa de la mentira trata en ocasiones de presentar lo ocurrido durante la guerra del 48 como un episodio de limpieza étnica. Sin entrar en la consideración del anacronismo que representa el uso de un término surgido en los años 90 en relación con los Balcanes, se trata de una falsedad y de una mentira flagrante. Los miles de palestinos que permanecieron en sus hogares se convirtieron luego en ciudadanos israelíes. Hoy representan el 18% de la población y son parte integral del tejido social israelí.

Para contextualizar históricamente el debate sobre los refugiados palestinos, hemos de tener presentes algunos datos más:

Entre finales de los 40 y principios de la década de los años 50, fueron expulsados de los países árabes alrededor de 850.000 judíos, pero Israel los recibió y los integró, mientras que los países árabes imposibilitaron la integración de los refugiados palestinos para utilizar su sufrimiento como arma política contra Israel. Israel nunca trató de usar políticamente el asunto de los refugiados. Más bien al contrario, hizo siempre un gran esfuerzo social y económico para facilitar su integración.

El siglo XX en general, y la década de los 40 de modo especial, ha sido testigo de inmensos movimientos de refugiados y de cambios de poblaciones. Sólo mencionaré unos pocos ejemplos:
En 1947, al término del mandato británico, 7 millones de refugiados hindúes y sijs pasaron de Pakistán a la India, y 7 millones de musulmanes hicieron el camino inverso.

Al finalizar la segunda guerra mundial fueron expulsados hacia la Alemania derrotada entre 12 y 16 millones de alemanes de la Europa central y oriental.

Uno de los principales focos de movimientos de poblaciones a lo largo de todo el siglo XX han sido los Balcanes: entre 7 y 10 millones de personas han sido desplazadas de sus hogares desde la primera guerra balcánica (1912) hasta los recientes acontecimientos de Kosovo de 1999.

Ninguna persona de entre todos estos millones de refugiados y desplazados ni sus descendientes es hoy un refugiado. Tampoco regresaron a sus hogares, sino que han sido acogidos e integrados en otros lugares. Nadie habla de su derecho de retorno. Es un concepto ficticio e inexistente. En términos generales, puede decirse que casi no hay precedentes, y desde luego en ningún caso cuando puede provocar la ruptura del equilibrio demográfico.

Agrego otro dato histórico relevante. A finales de los 40, y de forma casi simultánea y paralela, las Naciones Unidas crearon dos, sí, dos agencias dedicadas a la ayuda a los refugiados. La ACNUR para todos los refugiados del planeta (¿veinte millones entonces?) y otra, la UNWRA sólo para los palestinos. Más que la pregunta obvia (¿por qué los refugiados palestinos han merecido un trato diferenciado y preferente respecto a los otros refugiados que llenaban entonces el mundo?), es sumamente clarificador ver la diferencia de ambas agencias en cuanto a sus objetivos. La primera, la ACNUR, trata desde hace años de solucionar los problemas de los refugiados y de ayudar a su integración; la otra, la UNWRA, trata de hacer exactamente lo contrario, perpetuar y mantener vivo el problema de los refugiados palestinos. Mientras que los millones de refugiados de la India, Pakistán, los Balcanes, Bangla Desh y otros lugares dejaron de serlo, desde 1948 ninguno de los desplazados palestinos ha dejado de ser refugiado. Al contrario. Sólo se multiplican. De 650.000 entonces, hablan de 4 millones ahora. También el estatus formal del refugiado palestino es diferente de la del refugiado “normal”. Es hereditario, genético. La explicación de esta anormalidad es, obviamente, política. Lo expresó con toda claridad hace algunos años uno de los colaboradores de Arafat: hay que mantener el problema vivo para aniquilar a Israel. Lamentablemente, todo esto ha sido posible, en gran medida, por la errónea resolución 194 que estableció un estatuto preferente para los refugiados palestinos.

Completaré la panorámica histórica sobre este asunto. Todo el mundo habla de la nakba y de las seis décadas de sufrimiento palestino. Pocos recuerdan que antes de 1948 no existía un estado palestino y aún son más quienes “olvidan” que en los 19 primeros años de este período (1948-1967) Cisjordania y la Franja de Gaza, territorios supuestamente destinados al establecimiento del estado palestino, estuvieron, respectivamente, en manos de Jordania y Egipto. No hubo ocupación israelí, pero tampoco se creó el estado palestino. Este detalle adicional sólo lo menciono para exponer todo el trasfondo a quienes señalan a Israel como único responsable del sufrimiento palestino y poner en contexto la muy popular palabrería de la solidaridad árabe.

Todos estos elementos y datos históricos que hemos mencionado nos permiten poner en contexto y en perspectiva el llamado problema de los refugiados palestinos y su anómala singularidad. Haré abstracción de todo ello y pasaré a analizar el significativo de la postura que apoya la vuelta de los refugiados a los lugares que dejaron no ellos, sino en la mayoría de los casos, sus padres, abuelos, bisabuelos o tatarabuelos.

Desde el punto de vista numérico es evidente que el retorno de los refugiados palestinos significaría el fin de la existencia del estado de Israel o de Israel como estado judío y la creación de un estado binacional.

Por supuesto, yo rechazo esta posibilidad ya que los judíos tenemos derecho a nuestro propio estado como cualquier pueblo. En cualquier caso, veamos por un momento el significado de esta posición y centrémonos en las consecuencias de un estado binacional. Volvamos de nuevo a los libros de historia. El modelo del estado binacional ha sido una receta segura para un baño de sangre. El caso más conocido es de los Balcanes

John Mearsheimer, el profesor norteamericano de la Universidad de Chicago que recientemente publicó un libro sobre el lobby pro-israelí en Washington, escribía en 1993 en el New York Times: “hay que producir estados homogéneos desde el punto de vista étnico: croatas, musulmanes y serbios van a tener que ceder territorios y desplazar poblaciones”.

Un caso de especial interés es el de Chipre. Como consecuencia de la operación militar de Turquía en 1974, las poblaciones griega y turca de la isla quedaron separadas. El acuerdo propuesto por la ONU en 2004 mantenía básicamente el statu quo. Ni una sola palabra sobre el derecho de retorno o país binacional.

Tan claro es el tema, que en 1922, el mediador noruego Fridtjof Nansen obtuvo el Premio Nobel de la Paz por haber conseguido el intercambio de poblaciones entre Grecia y Turquía.

Al parecer, el mundo piensa y actúa de una forma lógica y coherente en los temas de refugiados y movimientos de poblaciones hasta que se toca el tema palestino. Entonces, enloquece.

En cuanto a la solución, se habla con insistencia de la fórmula de los dos estados. Si queremos entrar en un debate a fondo, basado en los hechos y no en consignas y formulaciones estereotipadas, hay que preguntarse de qué estamos hablando exactamente al hablar de “los dos estados”. Hay que lamentar que este tipo de debates sean bastante infrecuentes, ya sea en los medios o en el ámbito académico.

Hamás, para empezar, no acepta esta solución. La creación del estado palestino no está, precisamente, a la cabeza de sus prioridades. Hamás no es una organización nacional ni nacionalista, sino fundamentalmente religiosa, que ve en Palestina una parte de la umá musulmana que debe establecer un califato cuyas fronteras deberían ir desde Indonesia hasta Al Andalus. Estos principios no los he inventado yo. Están recogidos en negro sobre blanco en la carta fundacional de la organización, un documento que también llama explícitamente a matar judíos y a aniquilar a Israel. Lo único que tienen que hacer ustedes es conseguir una copia y leer. Un seguimiento de las declaraciones de los portavoces del grupo es más que suficiente para corroborar la vigencia de dicho documento. A mi pesar, en el debate sobre Hamás en España se ignora su ideología. Quienes apoyan de forma entusiasta el diálogo con cualquier elemento árabe por radical que sea, les basta con que los líderes hayan sido elegidos en unas elecciones para legitimarlo. Es triste, pero no sorprende, que sean ellos mismos quienes prediquen boicotear al Israel democrático y pluralista. Un país, Israel, en el cual musulmanes ejercen cargos ministeriales, parlamentarios, son jueces del Tribunal Supremo, distinguidos abogados y médicos, estrellas del fútbol y reinas de belleza. Desde la perspectiva israelí, el hecho de que Hamás haya sido elegido en las urnas no le legitima –los nazis también fueron elegidos así–, sino que exige a los palestinos la responsabilidad de elegir qué modelo de liderazgo quieren: uno que aboga por una solución política o el otro que apoya la violencia y el terrorismo.

Pero el debate sobre la solución de los dos estados plantea otros interrogantes. Primeramente, sobre la voluntad del mundo árabe musulmán en general y palestino en particular de reconocer a Israel como estado judío. Si plantean esta pregunta, incluso a los que se consideran moderados, verán que en la mayoría de los casos la respuesta será negativa. En España también está muy difundida la idea de que la definición de Israel como estado judío no es aceptable porque lo define según la religión. No pocos añadirían que es una definición racista.

Obviamente, rechazo esta opinión y por varias razones.

Primero, la cuestión formal. La resolución 181 de las Naciones Unidas, del año 1947, estipula la creación de dos estados y señala explícitamente que un estado debería ser judío y el otro árabe. Pero el punto formal no es lo principal. Más importante aun es el hecho de que quien trata de reducir al pueblo judío exclusivamente a su dimensión religiosa miente, se equivoca o induce a error a otros. El pueblo judío es una expresión nacional, es una cultura, una identidad, es un idioma, es una tradición, y sí, es también una religión. Hay más. Las constituciones de casi todos los países de oriente medio dicen, generalmente en su segundo párrafo, que el Islam es la religión del estado. ¿Por qué lo que es aceptable y legítimo para todos estos países se transforma, en el caso de la definición de Israel como estado judío, en racismo?. Y no sólo en oriente medio. Hay muchos países europeos que mantienen alguna relación entre la religión –el cristianismo– y el estado. Basta con recordar que en las banderas de algunos de ellos aparecen cruces: Suiza, Suecia, Dinamarca, Grecia o Noruega. Todo esto es legítimo pero Israel como estado judío, no. Habrá que preguntarse ¿por qué?.

Ahora quisiera decir algo (quizás otra cosa más) que va a provocar rechazo. El pensamiento actual predominante ha elevado a los altares el fenómeno del multiculturalismo y la pluralidad étnica. Yo estoy convencido de que la solución de los dos estados sólo sería realista en la medida en la cual cada uno de ellos fuera lo más homogéneo posible: palestinos en el estado palestino y judíos en el de Israel. Primero, esto no es más que una consecuencia lógica de la propia solución: si se habla de dos estados, no sería lógica que uno fuera palestino y el otro binacional. Y segundo, como ya he señalado, en diferentes zonas en conflicto la imposición de una solución bi o multinacional, ha conducido a tragedias y baños de sangre. Es importante poner el énfasis en que no estamos hablando de limpieza étnica ni de transferencia forzosa de población. Es un principio que habría que tener en cuenta en el futuro cuando se fijen las fronteras.

En España, algunos amigos han tratado de convencerme de aprender del modelo local basado en cierta medida en el multiculturalismo. Es obvio que cuando hay una población nacional, bastante homogénea, de más de 40.000.000 de personas, la integración de 2 ó 3 millones de personas, por muy diferentes que sean, no llega a producir un cambio radical en el equilibrio demográfico del estado. En Israel, los números y las proporciones son totalmente diferentes. Por así decirlo, en Israel el multiculturalismo se manifiesta en que somos una sociedad que ha absorbido inmigración de todo el mundo. Tenemos comunidades procedentes de la ex URSS, del África negra, Estados Unidos, América Latina, India, y por supuesto de los países árabes. Su denominador común es su pertenencia a la nación judía.

Hay otro elemento importante a tener presente. En los 16 años transcurridos del apretón de manos entre Rabin y Arafat en el césped de la Casa Blanca y la firma de los acuerdos de Oslo todos los intentos de hacer realidad la solución de los dos estados han fracasado. Al menos dos primeros ministros de Israel, Barak en 2000 y Olmert recientemente estuvieron dispuestos a ir lo más lejos que puede llegar un israelí sionista. En otras palabras, un estado palestino con fronteras similares a las de 1967 con intercambio de territorios en proporción uno a uno y compromiso en uno de los temas más sensibles para la opinión pública israelí: Jerusalén y los santos lugares. Sus propuestas no fueron aceptadas por Arafat y Abu Mazen, respectivamente. No pretendo culpar a los dirigentes palestinos, pero los acontecimientos a partir de 1993 obligan a cualquiera que pretenda hacer un análisis con un mínimo de rigor y honestidad intelectual sin refugiarse en fórmulas estereotipadas ni consignas, a considerar seriamente la posibilidad de que sean los propios palestinos quienes no están interesados en la solución de los dos estados.

Claro que ellos están interesados en el fin de la ocupación israelí, pero la suposición popular según la cual el significado del fin de la ocupación para ellos es necesariamente el establecimiento de un estado palestino independiente requiere de algunas consideraciones adicionales. Yo sostengo con total certeza y producto de mi conocimiento personal, que en el campo palestino existen otras líneas de pensamiento. De la oposición del Hamás a la solución de los dos estados, ya he hablado; pero lo mismo es válido para otros jugadores en el campo palestino.

Un conocimiento a fondo de la historia palestina ayuda a explicar esta realidad y serviría para evitar sorpresas al respecto. A lo largo de la mayoría de los años del siglo XX ni siquiera ha existido el planteamiento de un estado palestino junto a o en lugar de Israel. No es casual que nunca antes en la historia haya existido un estado palestino. Ya he mencionado que entre 1948 y 1967 Cisjordania y Gaza estuvieron bajo gobierno jordano y egipcio respectivamente, pero los palestinos no exigieron entonces crear su propio estado. La OLP se fundó en 1964, cuando aquellos territorios estaban en manos árabes, y no se estableció para crear un estado palestino independiente sino para devolver el territorio sobre el que se formó Israel al seno de la umá árabe. Es muy llamativo el hecho de que el fundador de la OLP y su máximo dirigente antes de Arafat –Ahmed Shukeiri– nació en El Líbano, hijo de madre turca, había sido anteriormente embajador de Arabia Saudí en la ONU, y antes, ministro de la delegación de Siria en la misma organización. En 1956, el propio Shukeiri dijo en la ONU “una entidad palestina no existe; este territorio no es nada, sino la parte sur de Siria”.

Pueden citarse un gran número de declaraciones de portavoces árabes, incluso palestinos, de contenido similar. Unos 20 años después de aquellas palabras de Shukeiri, en 1977, uno de los miembros de la dirección de la OLP, Zuher Muhsen, dijo lo siguiente en una entrevista a un diario holandés: “El pueblo palestino no existe. El establecimiento de un estado palestino es una herramienta nueva en la lucha contra Israel para llegar a la unidad árabe. Hoy hablamos de la existencia del pueblo palestino sólo para conseguir objetivos políticos y tácticos, porque el interés de los árabes obliga a incentivar una identidad palestina para ponerla en contra del sionismo”.

De hecho, el primer líder palestino que dio el giro y puso el asunto del estado-nación entre las principales prioridades fue Yaser Arafat en los años 80 del siglo XX. Pero incluso el propio Arafat dijo en 1970 que “el tema de las fronteras no nos interesa. Desde nuestro punto de vista no tiene sentido hablar de las fronteras. Palestina no es nada sino una gota en un amplio océano. Nuestra nación es la nación árabe, la umá, desde el atlántico hasta el mar Rojo y más allá”.

En este contexto les recomiendo la lectura de dos documentos. Uno, es una entrevista del presidente palestino Mahmud Abbas concedida al periodista Jackson Diehl en el Washington Post (29 de mayo de 2009). El otro es un artículo que se publicó en la revista New York Review of Books (11 de junio) titulado “Obama y el medio oriente” escrito por dos profesores –que en general mantienen posturas críticas con Israel–: Hussein Agha y Robert Malley. Quienes estén interesados en saber algo más sobre la postura palestina en torno a fórmula de los dos estados, se deben a sí mismos una lectura de ambos documentos.

Al exponer todo este trasfondo no pretendo deslegitimar la idea de un estado-nación palestino, sino mostrar que desde el punto de vista histórico es una idea nueva. Por lo tanto, en cualquier análisis sobre la realidad de oriente medio hay que tener en cuenta la posibilidad de que realmente en la sociedad y en el pensamiento palestinos no se ha absorbido de forma automática y a fondo la idea de un estado propio y que paralelamente existen entre ellos otros planteamientos.

Consecuentemente, el debate sobre la solución de los dos estados ha de tener en cuenta todos los elementos, las preguntas difíciles, y los matices. No se puede limitar a un debate de fórmulas estereotipadas y consignas.

En cualquier caso, lo cierto es que el 80% de la opinión pública de Israel apoya la creación de un estado palestino y que actual primer ministro, Benjamín Netanyahu, se ha manifestado sobre el tema últimamente en varias oportunidades, aceptando la solución de los dos estados.

Hasta aquí el asunto de los refugiados, derecho de retorno, el estado binacional y el de los dos estados.

Otra cuestión que encuentro necesario a desarrollar es la del binomio Holocausto-Israel. Una narrativa nada infrecuente que de modo simplista se resume en la siguiente fórmula: “los judíos han sido exterminados por los nazis y en compensación, los países occidentales les han dado un estado en Palestina; un acto colonialista por el cual los palestinos acabaron pagando los crímenes de los nazis”. En muchos casos, esta narrativa incluye el anexo “hoy los judíos están haciendo a los palestinos lo que los nazis les hicieron a ellos”.

Es importante aclarar primero que esta narrativa falsaria ignora la relación milenaria del pueblo judío con Tierra Santa. Por citar sólo un ejemplo, en la Biblia Jerusalén está mencionado en 700 ocasiones. En el Corán, ninguna. Esto no es propaganda, sino un hecho que puede comprobarse. Pero esta narrativa ignora también el hecho de que el movimiento sionista nació ya en la segunda mitad del siglo XIX y que ya en el primer cuarto del siglo XX se había establecido allí una sociedad judía que fue creando sus propias instituciones e infraestructuras: la Universidad Hebrea de Jerusalén, la Orquesta Filarmónica, el diario Haaretz y diversos órganos gubernamentales, hospitales, servicios sociales, o el ejército estaban funcionando antes del ascenso de Hitler al poder. Los textos emblemáticos del sionismo Der Judenstadt y Altneuland los escribió Herzl en 1896 y 1902, respectivamente. El punto clave, lo esencial de todo esto, es que los cimientos para el establecimiento del Estado de Israel se habían colocado 20 o 30 años antes de su independencia en 1948, y que de ningún modo se formó de la nada de manera artificial como consecuencia del Holocausto. Es incuestionable que la Shoá fue una evidencia –la más trágica posible– para quienes aún dudaban de la necesidad de un hogar nacional para el pueblo judío.

En cuando a la nefasta equiparación del Holocausto con la situación de los palestinos me parece insultante y me produce una profunda irritación referirme a ello, pero en los casi dos años que llevo de misión diplomática en España ya me he encontrado con ella en varias ocasiones. Mencionaré los siguientes puntos:

Los nazis consideraron a los judíos una raza inferior, infrahumana, que merecía su extinción y pusieron en práctica medidas para hacerlo, logrando exterminar a 6.000.000 millones, un tercio del pueblo judío.

Entre Israel y el pueblo palestino hay un conflicto entre vecinos, básicamente de carácter territorial. Israel ve en los palestinos seres humanos iguales que merecen los mismos derechos.

Algunas cifras. Durante los años del conflicto, los palestinos han sufrido alrededor de 7.000 bajas mortales, la gran mayoría personas armadas; Israel ha tenido más de 1.500 víctimas, la mayoría civiles. Unas cifras que conviene poner en contexto. En septiembre de 1971, murieron 10.000 palestinos en un solo mes a manos del rey Hussein de Jordania. En 1982, el presidente sirio Assad ordenó la matanza de 20.000 hermanos musulmanes en la ciudad de Hama. Aquí, en Europa, en 1995, en una sola semana, fueron asesinados más de 8.000 musulmanes en Srebrenica, casi el mismo número de muertos que los causados en ambos bandos por el conflicto palestino-israelí en más de 60 años. En diversas guerras (civiles e internacionales) entre musulmanes han muerto en ese mismo periodo unos 10.000.000 de personas (guerra Irán-Irak, Darfur, Afganistán, etc.). Resumiendo, quizás, el conflicto palestino-israelí sea el menos sangriento de todos estos conflictos, el que menos víctimas ha producido. Creo que era interesante exponer estos hechos y su contexto para que los tengan en cuenta cuando alguien se atreva a establecer paralelismos entre el Holocausto y el conflicto palestino-israelí, o hablar de genocidio.

He considerado importante y apropiado ampliar mis palabras sobre esta comparación tan falsa como repugnante por el peligro que representa que se haya puesto de moda en nuestros días en círculos que se autodefinen como progresistas. Cuando los negacionistas del Holocausto de extrema derecha como David Irving o David Duke atacan a Israel o a los judíos, son tildados, con total justicia, de escoria; pero cuando figuras como Saramago, Goytisolo o Gala comparan a Israel con los nazis tienen un público receptivo y dispuesto a dejarse influir.

Esta coalición en la que convergen círculos progresistas laicos e islamistas radicales que niegan derechos a las mujeres y ejecutan homosexuales en nombre del Corán requiere un análisis más profundo del que yo podría ofrecer en este marco. Me limitaré a señalar que el atractivo intelectual de los unos y el poder político de los otros han hecho posible no pocos éxitos. Seguramente recordarán la conferencia de la ONU del pasado mes de abril en Ginebra, conocida como Durban II, convocada para combatir el racismo. Lo lamentable es que una causa justa y necesaria haya sido secuestrada por la agenda política de regímenes totalitarios, opresores de los derechos fundamentales, como Irán, Siria, Cuba o Libia o Corea del norte y otros, cuyo único objetivo es deslegitimar a Israel y manchar su nombre. El que el más destacado orador de esta farsa fuese el presidente iraní –un negacionista del Holocausto que predica la aniquilación de Israel– sólo puso en evidencia lo orwelliano del evento. De forma similar, el Consejo de los Derechos Humanos creado por la ONU en Ginebra dedica su tiempo, quizás de forma exclusiva, a ensuciarle la cara a Israel. Nuestro historial en este tema no es perfecto. Si hubiéramos vivido en la realidad de Suecia no hay duda de que los resultados hubieran sido mejores, pero es incomparablemente mejor que el de decenas de países sobre los cuales el Consejo mantiene silencio.

El punto clave es el continuo esfuerzo de esta coalición para promover su agenda bajo el paraguas de alguno de los organismos internacionales, encabezados por la ONU, supuestamente revestidos de un aura de neutralidad. Esto no es algo nuevo. En 1975 la Asamblea General de la ONU aprobó una resolución equiparando el sionismo al racismo; años más tarde se corrigió esta desgracia moral. Es una tendencia peligrosa pues en la actualidad hay en todo el mundo amplios sectores de la sociedad, sobre todo jóvenes, cuyo conocimiento de la historia es muy limitado, que tienden a considerar los “productos multilaterales” como algo justo, acorde a derecho, neutral, limpio de tendenciosidad política. Es evidente que las cosas no son así.

En el ámbito multilateral el peso de la Unión Europea es mayor que el valor numérico de sus 27 miembros. Muchos países de todo el mundo fijan su línea en los foros internacionales siguiendo el baremo de la Unión Europea. Desde la perspectiva israelí, el balance europeo requiere mejoras. Junto a un consenso fuerte en lo esencial –derecho de Israel a existir con seguridad– vemos una falta de firmeza en la lucha contra quienes ponen en duda este derecho.

La actitud europea frente a estos elementos es muchas veces demasiado burocrática y en muy pocas ocasiones responde a unos principios. El compromiso es un valor importante, pero no el valor supremo. Son demasiado pocas las ocasiones en las que Europa se comporta como una autoridad moral estableciendo unos límites éticos. En el contexto de los temores israelíes existentes, el ejemplo más relevante es otra vez el de Irán. Cuando su presidente amenaza una semana sí y otra también con borrar a Israel del mapa, no puede ser que los embajadores de la Unión Europea sigan en sus misiones en Teherán; no puede ser que los aviones de las líneas aéreas iraníes tengan derecho a aterrizar en aeropuertos europeos, ni puede ser que el intercambio comercial con este país continúe e incluso aumente; y no puede ser que sus dirigentes sigan viniendo a Europa de visita y ser recibidos como interlocutores legítimos.

No existe una diferencia sustancial en las posiciones de los diferentes gobiernos europeos, incluido España, en cuanto a los parámetros de la solución del conflicto palestino-israelí; quizás esto pueda sorprender a alguien, pero la postura tradicional de los gobiernos de Estados Unidos es, también, bastante parecida. Sin embargo, dirigentes como Merkel o Sarkozy son percibidos hoy como más pro-israelíes que otros. La razón para ello –y vuelvo al tema principal– es que ambos han sabido identificar los temores existenciales de Israel, reconocer su legitimidad, –la legitimidad de los temores–, y solidarizarse con ellos.

Israel espera una actitud parecida de otros líderes europeos y un posicionamiento moral. Israel espera esto de Europa primero, como una postura moral en sí misma, segundo, para cubrir una nueva etapa en la construcción de las relaciones entre Israel y Europa y, tercero, como herramienta política que serviría de impulso para un mayor peso de Europa en la búsqueda de la solución del conflicto entre Israel y los palestinos.

Muchas gracias.
* Texto da conferencia que organizada por AGAI tivo lugar en Vigo e A Coruña os días 22 e 23 de Xullo.