25/05/16

España entre Israel y Palestina: un triángulo de pasiones


José Antonio Lisbona (esquerda) e o presidente de AGAI

Por José Antonio Lisbona*

En 1986 se inician treinta años de relaciones bilaterales, influidas por la centralidad del conflicto árabe-israelí o por el progreso en el proceso de paz palestino-israelí, en negativo o positivo respectivamente y según se vea y suceda. Los acontecimientos del conflicto han condicionado estas frágiles relaciones, impidiendo que avancen sobre la base de sus propios méritos, sin intervención de terceros, como sí ocurre con otros países. Por el contrario, los progresos en el diálogo de paz las han impulsado; por ejemplo, en el período entre la celebración de la Conferencia de Paz de Madrid (noviembre de 1991) y el fracaso de las negociaciones en Taba (enero de 2001). Solo durante esa etapa las relaciones hispano-israelíes alcanzan una cierta «normalización».

En cambio, la Segunda Intifada iniciada en el 2000, el cerco a Arafat en la Muqata en 2002, la Segunda Guerra del Líbano en el verano de 2006 o la operación israelí Plomo Fundido en Gaza en diciembre de 2008, son buenos ejemplos que ilustran que las relaciones de España con Israel no solo están condicionadas por el conflicto sino que incluso llegan a ser «rehenes» del mismo, como prefiere decir Víctor Harel, embajador de Israel en España entre los años 2003 y 2007.

El desencuentro entre una España franquista y un Israel socialista

Al declarar su independencia en mayo de 1948, el Estado de Israel solicita el reconocimiento de todos los Gobiernos del mundo con solo dos excepciones: Alemania y España. Las razones respectivas son evidentes: no habían pasado ni tres años desde el terrible Holocausto nazi y España había sido aliada del régimen de Hitler.

Se puede afirmar que las relaciones entre España e Israel se caracterizan por un «desencuentro», como con acierto las ha bautizado el profesor Haim Avni. La expresión es la más adecuada para designar las abismales divisiones ideológicas entre el gobierno franquista de España y el socialista de Israel.
La reiterada postura israelí de rechazo hacia «la España de Franco» con una primera actuación votando en su contra en la ONU, marcan el desinterés de Madrid por aproximarse a Jerusalén, consolidándose «la tradicional amistad hispano-árabe» de forma tal que Madrid pasa de una política proárabe a una antiisraelí.

Sin embargo, terminada la Guerra de los Seis Días, en 1967 cuestiones territoriales obligan a la diplomacia española a dar un impulso ya no solo a los vínculos con los países árabes —muy distintos entre ellos— sino también a la defensa de una causa que aúne y contente a todo el Mundo Árabe. Es la llamada Cuestión de Palestina, basada en el apoyo al reconocimiento de la personalidad y del derecho a la autodeterminación del pueblo palestino. De este modo se paralizan de momento los deseos de Marruecos sobre el Sáhara y las reivindicaciones de independencia sobre las Islas Canarias. Al final del régimen de Franco las referencias a la causa palestina ganan énfasis entre las autoridades españolas, al tiempo que aumenta la influencia de los países árabes productores de petróleo.

La transición democrática y el establecimiento de relaciones

Durante la transición, la nueva clase política democrática asume el «legado de Franco» en el ámbito de las relaciones hispano-árabes, considerándolas un activo con valor para la política política exterior española. Solo la necesidad de una nueva proyección internacional de España después de su adhesión a la OTAN y su ingreso en la CEE, provoca un acercamiento a Israel, tras la lógica universalidad de sus relaciones diplomáticas y su homologación con la política multilateral de la Unión Europea. No obstante, mantiene los principios tradicionales de su política, a favor de una paz justa y duradera en Oriente Medio a través del apoyo a un Estado palestino. Se trata esta de una posición común a todos los Gobiernos de la democracia y, además, consensüada por los principales partidos.

Un año después de que Adolfo Suárez asuma la presidencia, el Gobierno no logra plenamente el propósito de la Monarquía de ultimar la mencionada «universalidad» de relaciones. Se establecen con todos los países de Europa del Este, con Méjico e incluso con la Unión Soviética, pero del paquete inicial se descuelga Israel. Hay ya suficientes problemas internos a fm de lograr una transición pacífica como para añadir otros de índole exterior: ruptura de relaciones con ciertos países árabes, corte del suministro de petróleo, peligro terrorista, reivindicaciones sobre Ceuta y Melilla y, nuevamente, también sobre Canarias son las razones de los sucesivos Gobiernos para no dar el paso.

Tras la dimisión de Suárez, el nuevo presidente Leopoldo Calvo Sotelo desea un sustancial giro de la «política exterior progresista» anterior. Ahora bien, en el momento en que toma la determinación de establecer relaciones con Israel después de la integración de España en la OTAN, Jerusalén inicia la invasión de Líbano, lo cual impide las relaciones diplomáticas. Solo serán posibles tras alcanzar el gobierno el PSOE en octubre de 1982.

Felipe González considera que no mantener relaciones con Israel es una «situación anómala», sin comparación en ningún otro país de Europa Occidental y que no debe perdurar mucho tiempo más. El problema es gestionar la operación sin perjudicar el «activo» de la amistad con el Mundo Árabe y sin perjudicar los intereses nacionales. Se trata de un análisis costo-oportunidad. Se fija el 17 de enero de 1986 y se elige La Haya —al ostentar Holanda la Presidencia de la CEE— para el acto formal de la normalización diplomática. Hacerlo coincidir con la integración española en la CEE es una circunstancia muy madurada por González de cara a reducir las posibles reacciones negativas.

En total, han debido transcurrir 38 años para que España e Israel establezcan relaciones oficiales. Su génesis ha estado marcada por una asimetría diplomática: cuando una de las partes quería, la otra la rechazaba y viceversa. Es la crónica del desencuentro entre ambas diplomacias, la historia de ocasiones perdidas a la espera de «momentos oportunos» que nunca llegaban, como muy acertadamente escribió Samuel Hadas, primer embajador de Israel en Madrid.

La normalización diplomática: De la Primera Intimada a los Acuerdos de Paz

Tras el intercambio de embajadores, el Gobierno español decide situar el desarrollo de estas relaciones bajo una política de cierta gradualidad y dosificación.

Entre 1987 y 1989 Israel debe enfrentarse a un nuevo problema: la Intifada palestina en Gaza y Cisjordania. Esta revuelta enfría las aún incipientes relaciones bilaterales, interferencia negativa que Jerusalén no percibe en el resto de países comunitarios
Pero el 30 de octubre de 1991 tiene lugar uno de los principales acontecimientos que abre el camino de la paz: Madrid es elegida como sede de las negociaciones entre árabes e israelíes en el seno de la Conferencia de Paz para Oriente Próximo.

Los favorables oficios de anfitrión de España hacen factible que Isaac Shamir y Felipe González acuerden institucionalizar las relaciones bilaterales. Consecuentemente, el monarca español será en noviembre de 1993 el primer jefe de Estado en viajar oficialmente a Israel después de los acuerdos de Oslo. Su visita produce «un salto cualitativo en las relaciones» que da origen a una nueva etapa. Prueba de ello, a lo largo del año siguiente, los respectivos ministros de Asuntos Exteriores —Javier Solana y Simon Peres— se reúnen en catorce ocasiones. Se ha alcanzado la normalización en las relaciones, su edad de oro.

Gobierno de Aznar: En apoyo de Arafat

Las elecciones de marzo de 1996 tanto en España como en Israel provocan el desplazamiento del socialismo por el centro-derecha. José María Aznar y su homólogo Benjamín Netanyahu desean profundizar las mutuas relaciones. Ahora bien, la sintonía entre ambos no modifica la tradicional línea diplomática proárabe, arraigada con fuerza en España y asumida como algo natural por el Partido Popular.

Una nueva etapa surge en septiembre de 2000 con la llamada Segunda Intifada que para Madrid no es nada más que un retorno a la realidad del conflicto: la ocupación israelí. La imagen de Israel en España alcanza una de sus posiciones más bajas en un período con una crítica muy agria; la prensa traslada una idea sumamente negativa, «demonizando» a su primer ministro Ariel Sharon. El Ministerio español de Exteriores condena las intervenciones militares de Israel y exige la retirada inmediata de la zona que administrativamente corresponde a la Autoridad Palestina. Asimismo, rechaza los nuevos asentamientos de colonos judíos, los asesinatos selectivos de terroristas palestinos y la construcción del Muro. España se adhiere a la política común europea, vista por los israelíes como parcial, desequilibrada y claramente proárabe, con actos y declaraciones más cercanas a las tesis pálestinas que a las de Israel.

José María Aznar durante su mandato es un aliado de Yaser Arafat. Cree un error estratégico equipararlos a él y a la Autoridad Palestina (AP) con el terrorismo: para España todavía es alguien que puede aportar estabilidad y seguridad frente al caos y a la anarquía, el líder indiscutible de la AP y el único capaz de controlar la violencia. Aznar mantiene una muy buena relación con Arafat como demuestra el que en seis años —entre 1996 y 2001— se encuentren hasta en dieciséis ocasiones, siendo el dirigente europeo que más veces se reúne con él.

Gobierno Zapatero: De la desconfianza al doble juego

En 2004, la llegada de nuevo del Partido Socialista, con José Luis Rodríguez Zapatero al frente del Ejecutivo, se recibe con desconfianza en Jerusalén. Existen profundas diferencias en los enfoques sobre el terrorismo. Para los israelíes, a la visión española le falta firmeza. Su tibia actitud frente a Hizbollah, Hamás y el Irán nuclear resulta inaceptable y es uno de los obstáculos que separa a ambos Gobiernos. Por su parte, Madrid ve desproporcionado el uso de la fuerza por parte de Jerusalén y estima que nadie puede protegerse detrás de la condición de víctima para rechazar el cuestionamiento de su política.

La percepción israelí es que en Madrid la prensa reprueba a su país y que un segmento de la sociedad española propalestina gestiona la herencia antisemita. Para el Palacio de Santa Cruz este discurso los israelíes lo emplean con excesiva frecuencia, buscando tensionar y sacar réditos en el ámbito bilateral al definir como nuevo antisemitismo a cualquier crítica que entienden como deslegitimación del Estado de Israel.
El conflicto israelí-libanés exacerba las tensiones diplomáticas. Madrid pasa de una política que pretende ser neutral entre las partes y acorde con la postura europea moderadamente proárabe, a otra decididamente pro-palestin

ARGUMENTOS Y ENSAYOS

En enero de 2009 el ejército israelí invade Gaza. A diferencia de lo que sucediera durante la Segunda Guerra de Líbano en el verano de 2006, mientras en el ámbito diplomático el Ejecutivo español intenta evitar hacer declaraciones abiertamente antiisraelíes, el ámbito político se crispa con manifestaciones de protesta, impulsadas por el mismo Partido Socialista que sustenta al Ejecutivo y encabezadas por pancartas acusando a Israel de genocida, traspasando así la línea de lo antiisraelí y alcanzando actitudes coyunturales antijudías.

El reconocimiento del Estado palestino se convierte en un asunto de Estado. Trasciende la contienda política y logra el acuerdo del Gobierno socialista y el Partido Popular para el voto español en septiembre de 2011 en pro del estatus de Estado observador en la ONU y, a finales de octubre del mismo año, en pro del ingreso de Palestina como miembro de pleno derecho en la UNESCO.

El voto favorable al Estado de Palestina conlleva, en claro gesto de contrapeso y balanceo, que la nueva ministra de Exteriores y sucesora de Miguel Ángel Moratinos, Trinidad Jiménez, realice ante la Asamblea General de la ONU la declaración más proisraelí nunca antes manifestada al subrayar el compromiso de España con Israel «en tanto plasmación del proyecto de crear un hogar nacional para el pueblo judío».
Gobierno Rajoy:

Consenso en torno a una politica tradicional

Con la llegada del PP al Gobierno en diciembre de 2011, la diplomacia israelí cree que España puede dejar de estar entre los países de la Unión Europea menos amigos (Suecia, Irlanda, Austria, Malta, Chipre o Finlandia) para situarse en el grupo de incondicionales (Alemania, Chequia, Países Bajos o Polonia). Pero esto no sucede.

El Palacio de Santa Cruz y, en especial, su ministro José Manuel García-Margallo se muestran muy críticos con la continua construcción de nuevas viviendas en los asentamientos en Cisjordania y Jerusalén Este. Para España estas colonias son ilegales según el Derecho Internacional y significan otro obstáculo de cara a la reanudación de negociaciones con el propósito de alcanzar una paz global, justa y duradera en Oriente Medio, basada en la solución de dos Estados que convivan en paz y seguridad.

España reitera que avanzar hacia ese objetivo precisa un acuerdo de paz que disponga, entre otros extremos, el establecimiento de un Estado palestino fundamentado en las líneas previas a 1967, con los cambios que acuerden las partes y con Jerusalén como capital compartida.

Con todo el simbolismo que la decisión adquiere, justo 75 años después de que Naciones Unidas aprobara (resolución 181 dé 1947) la partición del mandato británico en Palestina, la Asamblea General de la ONU sanciona el 29 de noviembre de 2012 la admisión de Palestina como «Estado observador no miembro». Cuenta con el voto positivo del Ejecutivo de Rajoy, apoyo que causa malestar en Israel, pero que Margallo defiende como opción coherente con la tradicional política mantenida por España —desde Franco hasta Zapatero—, «que es previsible y lineal en defensa de la solución de dos Estados» y que cuenta con el consenso de la oposición socialista.

Conclusión.

Las relaciones entre España e Israel se perciben como un «juego suma cero»: para las partes no hay interés estratégico en liza ya que el que sean mejores o peores no influye en sus respectivas políticas interiores o exteriores. En cambio, sí son unas relaciones de carácter dependiente: cualquier iniciativa hacia Israel debe ser sopesada también en función de sus repercusiones en Palestina y los países árabes y viceversa. No se trata de relaciones bilaterales, sino trilaterales ya que la política española en la zona de Oriente Medio, en su origen y en la actualidad, depende de la vinculación de España con el Mundo Árabe. El principio rector de las relaciones de España en Oriente Medio es el de una «política de equilibrio». Se ha procurado poner en práctica una «política global», pero que implica que cada acción puntual en o con un país motiva necesariamente un gesto de contrapeso en o con el otro. Unas relaciones oficiales tardías, que se han demorado demasiado, y que en lugar de ser hoy adultas, como las que se mantienen con otros países europeos, se encuentran con una corta mayoría de edad de no más de tres décadas. Esta circunstancia provoca que en vez de establecer mecanismos de consolidación (por ejemplo, la institucionalización del diálogo político en un marco de consultas casi permanente), todavía sea imprescindible tender puentes de entendimiento y compromiso para amortiguar las diferencias que con periodicidad se producen cuando el conflicto aparece en la zona. Si se habla de España e Israel, la expresión «como los dientes de una sierra» representa a la perfección los continuos altibajos en la evolución de unas relaciones cambiantes y, sobre todo, inestables. Eso sí, siempre apasionadas.

*José Antonio Lisbona es autor del libro “España-Israel. Historia de unas Relaciones Secretas.”