Por Luisa Loredo
Los resultados de las elecciones generales en
Israel dieron una victoria indiscutible al partido liderado por Netanyahu y
dejan en evidencia, como bien subraya Pedro Gómez-Valadés en
Galicia-Confidencial, que para el votante israelí, los parámetros tradicionales
de izquierda-derecha, es decir en considerable medida cómo se redistribuye la
riqueza generada dentro de un país, son productos de lujo que no se puede
permitir. No que no importen. Basta con recordar el intento de auto-inmolación
de un “indignado” israelí durante las manifestaciones en pro de la justicia
social en Israel durante 2011-2012.
A pesar de la aparente necesidad de una
rectificación en términos de políticas sociales, es la dimensión geo-política
la que convierte la supervivencia física como la primera urgencia del votante
israelí. El derecho a existir como individuo y como pueblo amparado por una
estructura estatal, es una necesidad superior al confort material, incluso a mejoras necesarias del
Estado de bienestar.
Lo anterior es difícil de entender en Occidente.
La información objetiva, y menos todavía procedente de fuentes israelíes, no
llega al ciudadano europeo, el cual no es consciente de los peligros a los que
se enfrenta Israel, un país minúsculo en un entorno hostil: en primera línea,
la extensión hacia su frontera con Siria del (seudo) Estado Islámico, la
consolidación de las entidades político-militares Hezbollah en su frontera con
el Líbano y Hamás en el sur-oeste, y una Autoridad palestina en el este que
muchos temen se convierta fácilmente en “fallida”; en cualquier caso, un
vecindario complejo pero cuyos miembros están unidos por su común negación a
que exista un Estado de Israel. En segunda línea unas entidades no menos
peligrosas: Irán, el inestable Yemen, una Turquía cada vez más islamista, y
finalmente, más allá de la región, una Administración norteamericana
desfavorable, a la que no importan las consecuencias de sus desplantes
diplomáticos hacia el gobierno israelí.
No obstante los motivos de seguridad por los que
los israelíes volvieron a repetir gobierno por tercera vez consecutiva, la
auténtica incógnita de las recientes elecciones en Israel se sitúa en torno a
la distancia entre los "analistas” y expertos en encuestas electorales,
por una parte, y el electorado israelí por otra.
Los primeros han olvidado los miles de cohetes
lanzados desde Gaza de forma indiscriminada sobre Israel el verano pasado; la
vulnerabilidad sufrida mientras sonaba la alarma a cualquier hora del día y de
la noche, y uno corría a un refugio o, de no poder llegar a tiempo a alguno, se
tumbaba boca abajo, o se ponía en cuclillas, mirando al arcén las manos
protegiendo la cabeza, tal un condenado a muerte, esperando la caída del
cohete, durante segundos interminables; insoportables; absurdamente pocos,
entre quince y noventa, dependiendo de la proximidad a Gaza. Esos segundos que
los cohetes tardaban en cruzar el cielo y estrellarse en cualquier lugar, una
escuela, una carretera, una casa cualquiera en Israel, o incluso en Gaza - y
que luego serían presentados a los medios como el resultado de un bombardeo
israelí-.
Han pasado seis meses y los votantes israelíes
no han olvidado ese sentimiento de vulnerabilidad provocado por los
cohetes lanzados a todas horas, incluso durante las treguas acordadas, ni
tampoco la guerra mediática que se libró en paralelo y de la que parece haber salido vencedor Hamás, por
que una mentira repetida mil veces, como bien sabía Goebbels, se convierte en
verdad.
Se dice que los seres humanos podemos olvidarnos
de lo que nos dicen, hasta de lo que nos hacen, pero no de cómo nos hacen
sentir, interiormente, física y emocionalmente. Es difícil olvidar el
sentimiento de vulnerabilidad general experimentado durante la lluvia de
cohetes siete semanas del verano 2014.
Más difícil todavía es olvidar la sensación
física, ubicada entre el tobillo y la planta del pie, cuando se publicaron los
primeros vídeos de las incursiones de comandos de Hamás al territorio israelí a
través de túneles subterráneos; es como que si el suelo ya no fuera firme,
porque de el, en cualquier lugar, en la acera delante de tu casa, o en el
jardín de tu casa, puede de repente surgir un grupo armado. Es una sensación
brutalmente debilitante, que recuerda la experimentada durante movimientos
sísmicos.
En plena campaña electoral israelí,
Hamás hizo públicos los trabajos de reconstrucción de las redes de túneles
subterráneos. Es incomprensible que los "analistas" y expertos en encuestas
electorales no tuvieran en cuenta esta sensación tan inquietante, cuando los
tobillos parecen no sostenerte, y esa necesidad tan humana de querer
sobrevivir, por encima de todo.
Netanyahu significa para el electorado israelí,
incluso para muchos votantes tradicionales de izquierda, la seguridad de un
liderazgo fuerte y experimentado frente a cualquier amenaza externa, bien
procedente de Hezbollah, el Estado Islámico, Irán, o de Hamás. Es el escudo que
la alternativa de centro-izquierda no supo ofrecer a los israelíes, y por mal
que les parezca a muchos, también a Occidente.