Por Pablo Veiga*
Publicado no semanario israelí AURORA
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Y ya van sesenta y tres desde que aquel catorce de mayo del cuarenta y ocho, en un sobrio salón, se declarase la creación del Estado de Israel. Con el mítico David Ben Gurion al frente, nacía un país para un pueblo que había sufrido como ningún otro a lo largo de los siglos.
Han pasado un par de meses de las lógicas y emocionantes celebraciones. Cada año supone un triunfo más y el mérito es mayor si cabe, teniendo en cuenta que todavía se ciernen veladas amenazas de destrucción y aniquilación por parte de algunos vecinos que no han aprendido la lección a lo largo de este período. Siguen sin evolucionar, anquilosados en el tiempo y con sociedades frustradas ante la falta de oportunidades y la contundente represión gubernamental ejercida sobre cualquier germen de movilización.
Por nuestras tierras, sesenta y tres años es la antesala de lo que llamamos tercera edad en la vida de una persona, es decir, la entrada en la jubilación y el paso a la condición de pensionistas. De la actividad se camina hacia el retiro.
Pero Israel, con esa edad todavía se puede considerar joven. Aunque las etapas vividas hayan sido excesivamente duras, no se ha desfallecido en seguir la lucha y conquistar el futuro. El propio parto fue con dolor; apenas asomada la cabeza, cinco ejércitos de otros tantos países se la quisieron cortar. La infancia no resultó más tranquila y ya no digamos la adolescencia y juventud, donde esta criatura tuvo que hacer frente a la peregrina idea de arrojarla al mar por parte de sus enemigos. La madurez trajo consigo el anhelo de la paz, pero el trayecto que lleva hacia ella ha estado repleto de obstáculos y aunque no se ha perdido la esperanza, los zarpazos de la cruda realidad la han menguado considerablemente. Cuando más cerca parecía lograr un acuerdo global con los palestinos, más se alejaba ese objetivo. Se han vivido atentados terroristas salvajes e indiscriminados contra la población civil, lo que ha llevado a una perenne situación de alerta. El Estado de Israel se ve obligado a destinar un porcentaje considerable de su presupuesto al gasto militar. Los chicos y chicas cuya edad ronda la veintena deben servir en el ejército tres y dos años respectivamente. La sociedad israelí y sus gobernantes -democráticamente elegidos, a diferencia de los países del entorno- son conscientes de las amenazas que les atosigan. No se pueden permitir el lujo de bajar la guardia. Una batalla perdida conllevaría su desaparición. Y sesenta y tres años no es una edad para morir, sino todo lo contrario. Ni tampoco para pensar en descansos. El peaje pagado ha sido muy elevado. Los esfuerzos del pueblo judío a lo largo de más de tres mil años de historia, son suficiente motivo para seguir conmemorando un aniversario tras otro. Ya falta menos para el sesenta y cuatro
* Pablo Veiga é socio de AGAI
Han pasado un par de meses de las lógicas y emocionantes celebraciones. Cada año supone un triunfo más y el mérito es mayor si cabe, teniendo en cuenta que todavía se ciernen veladas amenazas de destrucción y aniquilación por parte de algunos vecinos que no han aprendido la lección a lo largo de este período. Siguen sin evolucionar, anquilosados en el tiempo y con sociedades frustradas ante la falta de oportunidades y la contundente represión gubernamental ejercida sobre cualquier germen de movilización.
Por nuestras tierras, sesenta y tres años es la antesala de lo que llamamos tercera edad en la vida de una persona, es decir, la entrada en la jubilación y el paso a la condición de pensionistas. De la actividad se camina hacia el retiro.
Pero Israel, con esa edad todavía se puede considerar joven. Aunque las etapas vividas hayan sido excesivamente duras, no se ha desfallecido en seguir la lucha y conquistar el futuro. El propio parto fue con dolor; apenas asomada la cabeza, cinco ejércitos de otros tantos países se la quisieron cortar. La infancia no resultó más tranquila y ya no digamos la adolescencia y juventud, donde esta criatura tuvo que hacer frente a la peregrina idea de arrojarla al mar por parte de sus enemigos. La madurez trajo consigo el anhelo de la paz, pero el trayecto que lleva hacia ella ha estado repleto de obstáculos y aunque no se ha perdido la esperanza, los zarpazos de la cruda realidad la han menguado considerablemente. Cuando más cerca parecía lograr un acuerdo global con los palestinos, más se alejaba ese objetivo. Se han vivido atentados terroristas salvajes e indiscriminados contra la población civil, lo que ha llevado a una perenne situación de alerta. El Estado de Israel se ve obligado a destinar un porcentaje considerable de su presupuesto al gasto militar. Los chicos y chicas cuya edad ronda la veintena deben servir en el ejército tres y dos años respectivamente. La sociedad israelí y sus gobernantes -democráticamente elegidos, a diferencia de los países del entorno- son conscientes de las amenazas que les atosigan. No se pueden permitir el lujo de bajar la guardia. Una batalla perdida conllevaría su desaparición. Y sesenta y tres años no es una edad para morir, sino todo lo contrario. Ni tampoco para pensar en descansos. El peaje pagado ha sido muy elevado. Los esfuerzos del pueblo judío a lo largo de más de tres mil años de historia, son suficiente motivo para seguir conmemorando un aniversario tras otro. Ya falta menos para el sesenta y cuatro
* Pablo Veiga é socio de AGAI