24/10/09

Apuntamentos sobre xudaísmo e a noción de "Occidente"

Josep Carles Laínez e Rosa MªRodríguez Magda no momento da súa presentación por Cesar Pazos, socio de AGAI
APUNTES SOBRE JUDAÍSMO Y LA NOCIÓN DE “OCCIDENTE”.

(Participación na mesa redonda organizada pola Asociación Galega de Amizade con Israel-AGAI: “Israel. Trincheira de Occidente?”)

Por Rosa Mª Rodríguez Magda


¿Qué es Occidente?

Occidente no es un concepto geográfico, sino cultural. Quién o qué lo conforman varía a lo largo del tiempo. Podemos entender por Occidente aquellos pueblos o países que se inscriben dentro de la cultura occidental, y en este sentido quienes tienen sus raíces en la tradición greco-helenística, romana y europea. Desde este punto de vista el imperio romano de oriente (Bizancio) formaba parte de la cultura occidental, y es más, durante mucho tiempo la mantuvo viva, mientras una parte de Occidente, veía fracturada su continuidad al caer bajo la ocupación musulmana. En un sentido amplio podemos decir que integran la cultura occidental: Europa, América, Australia, y, mientras lo fueron, diversos enclaves coloniales. En un sentido restringido, cuando hoy hablamos de Occidente, se entiende primordialmente Europa y EEUU.
Los valores de la cultura occidental tienen como característica su pretensión de universalidad. A grandes rasgos, están marcados en la contemporaneidad por los principios que rigieron la Constitución de los EEUU en 1787 y la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, promovida por la revolución francesa de 1789. (Aunque no debemos olvidar la deuda de estas con las bases puestas por el derecho romano o las Leyes Nuevas de 1542, impulsadas por Bartolomé de las Casas).
La racionalidad, la justicia, la democracia, la libertad y la igualdad, configuran pues, los ideales regulativos, no siempre cumplidos, pero que mantienen en su seno un principio de autocrítica y de revisión constantes.

Es esta doble vertiente de ideales normativos y de libre autocrítica la que marca la trayectoria de la cultura occidental, desde la orgullosa proclama a la autodenuncia culpable. Según los momentos o los autores, Occidente representa el emblema de la universalidad incuestionable o el objeto de la más combativa demonización. Y es esta última tendencia la que parece prevalecer en el medio intelectual desde el siglo XIX. El pesimismo cultural de Jacob Burckhardt, que Nietzsche ejemplificara en la tradición judeo-cristiana, halla su formulación emblemática en el canónico libro de Oswald Spengler La decadencia de Occidente. Esta caracterización negativa de autodenostación y culpa será ya una constante. Arnold Toynbee, los filósofos de la escuela de Frankfurt, el postestructruralismo francés,… hasta pensadores más recientes como Susan Sontag, Noam Chomski, Richard Sennett o las actuales corrientes multiculturalistas y postcoloniales.

¿Es el pueblo judío, y más tarde Israel, parte de Occidente?

Situar o no al pueblo judío en la tradición occidental, implica revisar los momentos clave en que se configura esa tradición de la que hoy nos reclamamos herederos: Grecia, Roma, el cristianismo medieval, la ilustración, la democracia moderna… Si repasamos, por ejemplo el libro de Gustavo Daniel Perednik La judeofobia [1], donde realiza un sintético recorrido histórico, encontraremos continuas manifestaciones de rechazo de “lo judío” desde la cultura occidental, si bien con diferentes intensidades.
En el helenismo hallamos expresiones de repudio en Hecateo de Absera, Lisímaco, Mnaseas de Patros, Filostrato, Agatárquides de Cnido, Apolonio Molon, Damócrito, Queremón, Apión…[2]
Políticamente el imperio romano tuvo un fuerte impacto sobre Judea, la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70, y la expulsión de los judíos de sus tierras, tras el aplastamiento de la rebelión de Bar Kojba en 135, marcó la diáspora. Por otro lado, manifestaciones judeofóbicas pueden encontrarse en Horacio, Juvenal, Tácito, Cicerón, Estrabón, Ovidio, Marcial, Séneca…
El cristianismo ha tenido una relación paradójica con el judaísmo, emanado de su misma tradición, el “pueblo de Israel” ha debido ser lavado de todas las caracterizaciones semitas para pasar a significar la ecumene cristiana, los judíos quedarán estigmatizados como los asesinos de Cristo. Este proceso iniciado con Pablo de Tarso, queda ejemplificado en figuras tan emblemáticas como Agustín de Hipona o Tomas de Aquino [3]. Su destino errante será justificado como castigo divino, y su idiosincrasia pasará a ser emblema de la corrupción. Bulas papales, restricciones legislativas, conversiones forzosas, guettificación y expulsiones, fueron constantes en Europa.
Los filósofos ilustrados se dividieron entre los francamente judeófobos como Diderot, d’Holbach o Voltaire, y otros más ecuánimes como Montesquieu, Rousseau o Locke.
Finalmente la Europa contemporánea ha protagonizado numerosos ejemplos de racismo, desde los progromos rusos hasta la culminación del Holocausto nazi.
A pesar de todo ello, lo bien cierto es que la cultura occidental no puede entenderse sin la aportación judía, no sólo porque la Biblia sigue siendo el venero fundacional del cristianismo, sino porque un número, apabullante para su proporción demográfica, de intelectuales, artistas y científicos fueron judíos, y judíos conscientes tanto de formar parte de la cultura occidental cuanto de estar forjándola. Pensemos, por no citar más, en los tres grandes nombres que configuran los pilares de nuestra contemporaneidad: Freud, Marx y Einstein.

¿En qué forma han sido vistos y se han visto los judíos como Occidente?

Curiosamente, según las perspectivas y a lo largo del tiempo, los judíos son vistos como parte de Occidente, como ajenos a él aunque ubicados en su suelo, o como pertenecientes a Oriente.
Cuando se entiende Occidente en el sentido de “civilización cristiana” los judíos son percibidos como una comunidad refractaria, a la que se mira con suspicacia. Son un “otro” en el seno de lo propio, y ello por la persistencia de una identidad que siempre han alimentado, en una amalgama que unas veces implica la religión, otras la raza y otras una cierta pertenencia espiritual.
Pero, por ejemplo, cuando Nietzsche utiliza el término “judeo-cristianismo”, que tanta difusión ha alcanzado posteriormente, y lo hace en un sentido crítico, de una visión del mundo negadora de la vida, basada en la “moral de los esclavos”, en ese momento la raíz judaica se identifica con una cultura occidental decadente.
Por otro lado, durante toda la etapa de consolidación de los estados nacionales, el odio a los judíos se pretende justificar por su condición de apátridas espirituales, su identidad más allá de la lealtad patriótica se siente como una amenaza, son un pueblo sin nación. Paradójicamente, cuando finalmente se constituya el Estado de Israel, se les volverá a ver como ajenos y peligroso, precisamente por tener una nación. Entre esos dos momentos, el judío de la diáspora, víctima del Holocausto, como el mayor escándalo de la Europa moderna, se convierte en icono de la autoconciencia crítica de Occidente, emblema del inocente masacrado por una civilización que se pretendía racional y en sus entrañas ha visto nacer el más execrable exterminio.
Es pertinente que nos detengamos un poco en cómo el pensamiento occidental elabora el mapa conceptual de ese duelo.
Los filósofos de la escuela de Frankfurt van a realizar una relectura de la Modernidad que configura el marco de referencia del que beben buena parte de las corrientes de pensamiento actual. Sus representantes, inscritos en la más genuina raigambre de la filosofía occidental son todos ellos judíos, y reelaboran la experiencia del Holocausto como piedra de toque de la autocrítica moderna. Se establece una línea interpretativa de continuidad: Occidente = Modernidad = Holocausto. La pregunta será ¿Como es posible la razón después de Auschwitz?
La llamada escuela de Frankfurt tiene su origen en el “Instituto de Investigaciones Sociales” creado en 1923 en la Universidad de Frankfurt y financiado por el multimillonario judío Felix Weil, con el fin de difundir el pensamiento marxista; Max Horkehimer, Theodor Adorno, Erich Fromm, Walter Benjamín y Herbert Marcuse fueron su primeros y más conocidos representantes. Con el ascenso de Hitler al poder los miembros del Instituto se refugian en EEUU. Su “teoría crítica” caracterizará la política social económica y cultural de Occidente como un proceso constante de dominio y control. El nazismo representará la culminación de la razón ilustrada, portando en su seno el germen del totalitarismo. La tecnología moderna realiza un uso instrumental y represivo de la razón. Será Erich Fromm quien procederá a fusionar el marxismo con el psicoanálisis freudiano; para este autor el “miedo a la libertad” es la génesis del estado totalitario. Se genera lo que Marcuse definirá como un “hombre unidimensional”, cuya única salida será el “Gran Rechazo” de la sociedad represiva que constituye la civilización occidental. Estas ideas configurarán el sustrato ideológico de la “contracultura” y las revueltas estudiantiles de los años 60 del pasado siglo. Las minorías, étnicas, culturales, sexuales, los marginados y explotados representarán la esperanza de una subversión radical. Dicha visión, directa o indirectamente recibida de sus impulsores, va a tener una gran influencia en la conformación del pensamiento de la segunda mitad del siglo XX. La hostilidad a la razón totalizadora occidental es la constante de varias generaciones de críticos culturales. La reivindicación de las “micrologías” y de los saberes sometidos impregnará el pensamiento deconstruccionista de Derrida (judío), la analítica del poder foucaultiana, la apuesta postmoderna de Lyotard, o el “pensiero debole” de Váttimo. La difusión de todo ello en EEUU sienta las bases del surgimiento de los Cultural Studies, el pensamiento postcolonial y el multiculturalismo. Ya la pensadora judía Hannah Arendt, para algunos precursora fundadora de la visión postcolonial, relacionó en su libro Los orígenes del totalitarismo el espíritu ilustrado con el impulso colonizador y éste con el nazismo Para el marxista francés, posteriormente converso al Islam, Roger Garaudy “Occidente es un accidente”. La judía norteamericana Susan Sontag afirmará con contundencia: “Mozart, Pascal, Shakespeare, los gobiernos parlamentarios, la emancipación de las mujeres… no redimen lo que esta civilización ha forjado en el mundo. La raza blanca es el cáncer de la historia humana”. El movimiento postcolonial tiene un hito importante en la publicación de Los condenados de la tierra de Franz Fanon, para el autor la verdadera descolonización implica la destrucción total de la cultura occidental impuesta, con la violencia y el derramamiento de sangre que sean necesarios. Se instaura así un enaltecimiento, por parte de los intelectuales occidentales, de la figura el terrorista político del Tercer Mundo. Posteriormente, los indios, radicados en las universidades norteamericanas, Gayatri Spivack, Dipesh Chakrabarty y Homi Bhabha han desarrollado las bases de la corriente postcolonialista actual y de los llamados estudios subalternos. De importancia capital, también en este terreno, ha sido la obra del palestino Edward Said, quien acuñara el término “orientalismo” para señalar el imperialismo presente en la cultura occidental.
Dentro de esta tendencia cabe señalar la emergencia de un pensamiento judío que va a denunciar la colonización del pensamiento y la religión judías por la tradición cristiana, en este sentido cabe destacar a Benny Lévy, quien preconiza una ruptura radical con la filosofía europea, propugnando un retorno a la religión judía y al profetismo bíblico. Un marco metafísico para este retorno lo encontramos en el pensamiento de Lévinas.
Basten estos meros apuntes para constatar cómo los pensadores judíos del siglo XX, radicados en países occidentales, han contribuido también a construir una contundente crítica a la cultura occidental, que constituye el sustrato conceptual en el que hoy nos encontramos.

La culpabilidad de Occidente

Este proceso de crítica de la cultura occidental ha conllevado un aspecto positivo: revisión del imperialismo cultural, mostración de la ocultación e invisibilización de otras tradiciones, emergencia de los discursos marginales de minorías étnicas, sexuales…, denuncia del androcentrismo, incorporación al saber de opciones multiculturales… Pero en gran medida se ha olvidado que esta vertiente autocrítica está posibilitada precisamente por los valores de la cultura occidental: la libertad de pensamiento, la secularización de la razón de las tutelas religiosas, el espíritu democrático que se enfrenta a cualquier tendencia totalitaria, el pluralismo que potencia la mirada sobre el “otro”… Y es desde estos valores que el pensamiento occidental ha podido denunciar los episodios en que traicionaba sus ideales: la esclavitud, el expolio de otros pueblos, el Holocausto, los genocidios, los totalitarismos nazis, fascistas, comunistas… No obstante, esta dinámica de autocrítica y superación, que debería habernos hecho más fuertes, consolidar los valores que se sitúan como un horizonte siempre perfectible, se ha tornado vergüenza, culpabilidad y denigración. La cultura occidental se ha sumergido, como veíamos más atrás, en una especie de euforia de la autoflagelación, dando argumentos a los predicadores del odio a Occidente. Así observamos cómo los sectores que denunciaban su exclusión están sufriendo un repliegue identitario. Mientras los intelectuales de Europa y EEUU enaltecen un masoquismo con el que pretenden limpiarse de toda mancha imperialista y convertirse en adalides de la lucidez crítica, observamos que los estudios subalternos, postcoloniales y multiculturalistas alimentan reivindicaciones comunitarias, y posiciones premodernas. Ello, en el terreno político tiene unas consecuencias concretas, sus discursos son utilizados como argumentos en la pujanza de movimientos antiglobalización, indigenistas o yihadistas, que a duras penas disimulan sus connivencias con derivas dictatoriales. Un nuevo totalitarismo emerge, esta vez disfrazado del marchamo de “pueblos oprimidos”, belicosa alternativa a una insidiosa globalización. Un nuevo nazismo recorre el mundo, enmascarado como lucha de los desheredados de la tierra, y parece que hoy, como ayer, buena parte de los intelectuales, vuelven a ser ciegos o cómplices.
Europa pretende una posición conciliadora con la que hacerse perdonar su pasado colonial. Occidente empieza a identificarse prioritariamente con los EEUU, cuando este término comienza a ser no solo sospechoso, sino francamente acusatorio.
Muchos son los beneficiarios de esta configuración ideológica hoy predominante que demoniza la cultura occidental. Los intelectuales “críticos” al estilo de Negri o Chomski se alzan como inmaculados acusadores del imperialismo, los propulsores de los estudios postcoloniales y subalternos consolidan su prestigio académico precisamente en los departamentos de las universidades norteamericanas cuya sociedad tanto denigran, los dirigente políticos promueven en los organismos de la Unión Europea un interesado angelismo bajo la terminología grandilocuente de la “Alianza de civilizaciones” o el “Diálogo Euromediterráneo”, los movimientos altermundistas intentan socavar las estructuras democráticas en su denuncia al capitalismo global, el populismo de América del sur aglutinado en el eje de Chávez, Morales y Castro legitima una impronta dictatorial en su antiamericanismo. Finalmente el yihadismo internacional se beneficia de todo ello en su lucha contra Occidente y el Gran Satán. La fascinación de la izquierda radical desea encontrar en todos los anteriores elementos aliados para un renacer del impulso revolucionario.
Curiosamente, de todos los que han contribuido a conformar está crítica a la cultura occidental, hay un grupo que no sólo no ha resultado beneficiado, sino que ha quedado marcado con el estigma de la ignominia: Israel. El judío ha pasado de ser el emblema de la víctima, humillada y perseguida, para convertirse en el colono imperialista y nazi. Por una paradójica e ignominiosa inversión, al ser tildado de nazi, incorpora la herencia de barbarie que en el pasado promovió su propio exterminio.

La nueva judeofobia

¿Nos hallamos actualmente en el resurgir de un nuevo y peligroso antisemitismo? De ello nos advierten algunos intelectuales, judíos y no judíos, que osan enfrentarse a la corriente predominante de pensamiento.
El buen judío es el judío muerto, el que pereció en los campos de concentración, al que se le rinde constante homenaje con los memoriales del Holocausto, para salvar la buena conciencia de quien, como ha venido ocurriendo a lo largo de la historia, considera al judío vivo como un problema. Los israelíes en bloque, independientemente de su adscripción ideológica, son asimilados a la posición política del estado de Israel, al que, sin entrar en la valoración de sus acciones, se le niega su derecho como nación. Los judíos de la diáspora solo dejan de ser sospechosos si hacen pública profesión de fe de su antisionismo. Quiero aclarar que no estoy aquí analizando la política exterior de un país, Israel, ni enjuiciándola, ello requeriría un estudio histórico, geoestratégico, pormenorizando los momentos, las posturas de los diversos partidos políticos, las fases de sus conflictos territoriales… Únicamente pretendo mostrar lo que a mi modo de ver constituye una visión distorsionada, intencionadamente confusionista desde el punto de vista internacional, en el que peligrosamente se indiferencia judío, israelí, estado de Israel, su gobierno, judaísmo y sionismo, configurando un todo amalgamado que está sufriendo un proceso no matizado de demonización.
Diversos pensadores principalmente judíos vienen advirtiendo de lo que no dudan en denominar nueva judeofobia, como pueden ser Bat Ye’or, Bernard-Henri Lévy, André Glucksmann, Alain Finkielkraut, Pascal Bruckner o Gustavo Daniel Perednik.
Para Bat Ye’or el punto de inflexión en la política europea tiene lugar con la crisis del petróleo de 1973. Los estados europeos para evitar el boicot intensifican las medidas diplomáticas que garanticen la cooperación, así se funda la Asociación parlamentaria europea para la cooperación euro-árabe (APCEA), el Diálogo euro-árabe propicia numerosos encuentros entre el Parlamento Europeo y la Unión parlamentaria interárabe, y entre ésta última con la Asamblea parlamentaria del Consejo de Europa; la Conferencia de Barcelona o el Forum parlamentario euro-mediterráneo, serán otras iniciativas más recientes. La autora remarca cómo los países árabes pusieron una serie de condiciones políticas para llevar a cabo los acuerdos de cooperación económica con los países de la entonces Comunidad Económica Europea, lo que implicaba un rechazo de la política israelí, la vuelta a sus fronteras de 1949, la presencia de la OLP en todas las negociaciones. A partir de ese momento todos los encuentros euromediterráneos guardan un prudente silencio sobre la vulneración de los derechos democráticos en los países árabes, insisten sobre la necesidad de cooperación económica, cultural, migratoria, e incorporan manifestaciones de rechazo más o menos contundentes a la política israelí. Para Bat Ye’or, lo que en principio fue un oportunismo político habría ido generando desde las más altas instancias comunitarias un clima de antisemitismo proárabe del que los europeos son las primeras víctimas.
Para Pascal Bruckner es la culpabilización de Occidente la que hace que una parte de la izquierda entronice el icono de “Palestina” como la punta de lanza de los desheredados. La centralidad del conflicto de Oriente próximo se manifiesta primero como una obsesión y posteriormente una reprobación de Israel, “nuestra aprehensión de Oriente Próximo es menos política que psicológica: no se trata de extinguir una fuente de tensiones, de reconciliar a los hermanos enemigos, sino de prolongar sobre un teatro extranjero nuestras propias mitologías”[4].
Una importante contribución al análisis de este proceso la encontramos en el reciente libro de Pierre André Taguieff La Judéophobie des Modernes [5]. Tras un repaso histórico del antisemitismo que iría de la Ilustación a la Yihad mundial, el autor señala una nueva configuración. El actual odio al judío se enmarcaría hoy dentro de un más general odio a Occidente, con lo cual adquiere un tono “progresista” para buena parte de los intelectuales.

En palabras de Taguieff: “La guerra declarada a los “judeo-cruzados” por el islamismo radical, sobre las base fantasmática de un “complot americano-sionista” contra el Islam y los musulmanes… pone en evidencia una transformación decisiva de la imagen de los judios en la mitología antijudía contemporánea, cuyo campo de difusión, lejos de reducirse al islamismo yihadista, no cesa de prolongarse por los efectos conjugados de la contestación “altermundialista” y una nueva ola de tercermundismo centrada sobre un antiamericanismo diabolizador./…/ La occidentalización de los judíos adquiere su intensidad polémica máxima en su americanización, la cual constituye hoy el más potente modo de deslegitimación ideológico-política de un adversario”. Esta sería a grandes rasgos la caracterización de lo que Taguieff denomina “la aparición de un nuevo régimen de judeofobia[6].

Según esta visión, y lo que llevamos dicho. Hemos comprobado cómo el pueblo judío tantas veces a lo largo de la historia señalado como opuesto a Occidente, cuando está noción era percibida como modelo universal positivo, tiene un punto de inflexión cuando Occidente empieza a ser percibido como plasmación de un imperialismo mortífero. Si en un principio son los pensadores judíos de la escuela de Frankfurt quienes potencian esa denuncia que inscribe en las entrañas de la cultura occidental las raíces destructivas que culminan en el Holocausto, pronto esa denuncia se volverá en contra de los propios judíos. “El judío” como icono del humillado y perseguido, será sustituido por “el palestino”. El estado de Israel pasara a ser la ejemplificación del Mal. Existe un desplazamiento en el que se confunde y a veces se iguala Israel-sionismo-judío. El antisionismo sería como dice Jankélévitch “el permiso de ser democráticamente antisemita”. La condena del Holocausto actúa como coartada, de forma que la crítica a Israel esté a salvo de la acusación de antisemitismo. Si en la coyuntura actual del conflicto de Oriente próximo, “el palestino” asume las características victimarias que antes caracterizaban al “judio”, éste sufre una perversa transformación, los actuales judíos, se dice, son los nazis de hoy, actúan como ellos, con lo que se realiza una efectiva reductio ad hitlerum. Lo que implica un flagrante sinsentido lógico, lo que más caracteriza al nazismo es el antisemitismo, por lo cual si nazi = antisemita, y judío = nazi, entonces judio = antisemita.
Repasando el proceso de este intercambio símbólico perverso.
Cuando Occidente es potente, el pueblo judío es culpable. Cuando Occidente es culpable, en un primer momento el pueblo judío es la víctima, en un segundo momento el pueblo judío, integrado en el eje del Mal: EEUU e Israel, es igual a Occidente y por lo tanto culpable. En una tercera fase, una parte de Occidente, Europa y los intelectuales críticos norteamericanos, pretenden lavar su culpa transfiriéndola a Israel como quintaesencia del Occidente culpable. Así, desde la elección de Obama parece que existe una cierta tregua en el antiamericanismo, queda pues un último e irreductible enemigo, el Mal es Israel únicamente, los judíos que manipulan la política de EEUU.

Conclusión

Creo que con todo lo anterior he puesto de manifiesto que la percepción del pueblo judío con respecto a la noción de Occidente ha sufrido y está sufriendo un itinerario complejo. Analizar las posiciones geoestratégicas internacionales, la actual situación del conflicto de Oriente Medio, el rechazo o crítica de la política israelí en Gaza y Cisjordania, los cauces de entendimiento entre el estado de Israel y el pueblo palestino, requeriría de un espacio y de un estudio en el que no he querido entrar. He deseado moverme exclusivamente en el terreno ideológico, apuntar algunos trazos de cómo Occidente ve hoy no solo a Israel sino al judaísmo. Cómo la aprehensión de la identidad judía, responde al propio proceso psicológico en el que Occidente se reconoce a sí mismo. Ser conscientes de ello puede ayudar a entender una situación que no se resuelve en un simplista maniqueísmo. Es necesario estar alerta. La ceguera ante el crecimiento del antisemitismo en la Alemania de los años treinta, y sus terribles consecuencias, debería servirnos de enseñanza, porque los ojos de todas las victimas inocentes reclaman un esfuerzo de prudencia y ponderación.


[1] Barcelona, Flor del viento, 2001.
[2] Para mayor ampliación consúltese Menajen Stern, Los autores griegos y latinos sobre los judíos y el judaísmo, Jerusalén, Academia de Ciencias y Humanidades de Israel, 1974 (vol. I), 1980 (vol.2) y 1984 (vol. 3).
[3] Véase al respecto, por ejemplo el libro de Jules Isaac, las raíces cristianas del antisemitismo, Buenos Aires, Paidós.
[4] La tyranie de la pénitence, Paris, Grasset, 2006,p.80.
[5] Paris,éditions Odile Jacob, Agosto 2008
[6] Tribune juive, n° 39, juillet-août 2008