“POR SIÓN, NO CALLARÉ” (Tanaj/Isaías 62:1)
Por Manuel Pérez Millos. Socio de AGAI
Publicado no semanario israelí AURORA
No hace mucho tiempo, el diario AURORA me confirió el inmerecido honor de publicar en abierto en su edición digital, unas reflexiones que se me suscitaron a raíz del acoso y derribo de Pedro Gómez-Valadés a causa de su manifiesta posición pro-Israel. La circunstancia a que me refiero –la difusión de mi articulito-, dio lugar a una regular cascada de reacciones, de cuyo tenor deduzco que hay, tal vez, tres grupos de personas que se definen mediante los criterios que usan al enjuiciar lo que sucede en Oriente Medio y, muy particularmente, lo que ocurre entre Israel y sus vecinos árabes.
Hay, a mi juicio, los que englobo bajo el epígrafe de LOS PSEUDO. Son aquellos pseudo-izquierdistas y pseudo-“progres”. No son genuinos representantes de la izquierda ni del verdadero progresismo, ya que apoyan todo lo que es contrario a su ideario político, defienden el inmovilismo social y cultural, atacan al bastión del progreso, procuran gripar el motor de la democracia en la zona y excluyen tácitamente cualquier ejercicio intelectual que exceda asumir las simplezas vanas de las consignas del Comité Central que a cada uno de ellos corresponda. Estos son los que, ante posiciones discrepantes con las suyas, rehuyen el análisis, dan de lado el debate inteligente y, con naturalidad de asnos, se limitan a repartir coces, según les dicten los personajillos de los que depende su capacidad de opinión. Probablemente, y para su desgracia, manifiesten un estado patológico.
Existe una segunda variedad de actores, a los que denomino LOS MERCADERES. Son los medios de comunicación (o algunos de ellos, acaso la mayoría) quienes por mejor favorecer sus intereses -alguno de los cuales son conocidos, otros se intuyen y, seguramente, todos se sabrán con el tiempo- envían a la opinión pública mensajes e informaciones que, más que referencias a acaecidos u opiniones asépticas, no son sino burdas operaciones de propaganda. Estos medios de comunicación llegan incluso a censurar las aportaciones de sus propios corresponsales si su contenido no es el que más interesa a sus pesebres. Su fin no es informar de hechos, sino deformar la realidad y conformar la opinión pública de la manera que mejor les conviene. En nuestro entorno son abundantes y alguno de ellos, asaz conspícuo.
A estos dos grupos mencionados, es tarea imposible hacerles rectificar. El sentimiento antiisraelí está tan imbricado en ellos que resulta esfuerzo vano curar la fobia de unos, la prepotencia de los otros y la miope tozudez de todos ellos, por medios comunes. No es de mi interés tratar con ellos, de momento.
Pero también están aquellos que, sencillamente, durante mucho tiempo han mamado de las ubres del antijudaísmo (si se me permite introducir una breve digresión, diré que ahora se le llama “antisionismo”, que resulta menos vergonzoso; pero sea cual sea el nombre que se le dé al fenómeno, es el mismo espíritu que animó los progroms, las expulsiones atrabiliarias y la tragedia de la Shoá). Por consiguiente, la visión de este tercer grupo acerca de lo que ocurre, está distorsionada por el bombardeo de informaciones tendenciosas y mendaces. A estas personas las encuadro entre LOS DESINFORMADOS. No actúan con mala fe: simplemente, no disponen de la información adecuada. Estos sí merecen nuestra atención, nuestro respeto y, según esté en nuestra mano, nuestra didascalía solidaria.
Si la generosidad de la Redacción de este periódico y la paciencia de mis lectores me lo conceden, quisiera dirigirme a ellos, no para “convertirlos” a la causa que me es propia, sino para proporcionarles datos que les permitan, luego de cotejarlos debidamente, formar su propia opinión, basada en sus propias apreciaciones y, desde luego, liberada del dirigismo interesado de terceros.
Anticipo que de poder llevar a buen término mi propósito, y aun, como es natural, dentro de las muchas imperfecciones que me imponen mis de antemano reconocidas y reconocibles limitaciones, demostraré a cada colectivo de bienpensantes opositores a Israel y a sus derechos, lo endeble de sus posicionamientos, lo contradictorio de los argumentos que esgrimen y, en definitiva, ofreceré nuevos datos sobre la cuestión. Por supuesto, serán referencias contrastables mediante documentos históricos, hemerotecas y otras fuentes a la vez asépticas y fiables.
Creo que un buen método de trabajo podría ser diseccionar el conjunto de los receptores de mi modesto esfuerzo, concentrándolos en grupos homogéneos, a cada uno de los cuales se les exhibirán las razones que aducen y, seguidamente, se analizarán y replicarán debidamente. Posiblemente, las buenas gentes que me lean se sorprenderán al ver lo equivocado de sus tesis. Cabe dentro de lo probable que muchos de estos lectores se vean compelidos a variar radicalmente su visión sobre Israel o que, cuando menos, se dulcifique, en aras de la ecuanimidad, su opinión sobre esta nación ejemplar. De ser así, aparte de rendir tributo de admiración a su plausible espíritu de independencia, habré visto más que colmadas mis aspiraciones de hacer resplandecer la verdad. Dejo constancia de que, aunque con el mayor respeto, hablaré con la contundencia y claridad que requiere el caso, y ello por dos razones: la primera, porque opino que ya es hora de vindicar la fuerza de la razón, de defender el derecho de los agraviados, de replicar al abuso de la información tendenciosa y, sobre todo, de respetar la inteligencia del prójimo; la segunda razón no es otra sino que considero que mis destinatarios son lo bastante maduros, tanto como para que se les pueda hablar sin necesidad de recurrir a circunloquios o eufemismos que impidan, como diríamos en buen castellano, llamar al pan, pan; y al vino, vino.
No sé si con ello me granjearé implacables hostilidades. No es mi intención incrementar el censo de mis enemigos; bastante tengo con soportar a los que, hasta el momento, se declaran como tales. Con todo, si así fuera, me parece un precio ajustado por disipar errores, esclarecer realidades e ilustrar a quienes, a pesar suyo, se les priva de conocer la verdad. En occidente presumimos de haber conquistado la libertad de pensar, y de opinar consecuentemente con lo que pensamos. Es momento oportuno, pues, de que se disponga de elementos de juicio suficientes para que cada cual pueda libremente conformar su postura acerca de cualquier cosa; en este caso concreto, sobre Israel y la auténtica situación de Oriente Medio. O lo que es lo mismo, que trascendamos lo evanescente de las frases y vivamos realidad de la experiencia. Curiosamente, se da la casualidad de que tal es, asimismo, la filosofía de la sociedad israelí. O tal vez no sea un hecho tan sorprendente, considerando que nuestra base moral, tan determinante al ir estableciendo y consolidando nuestro entramado ético y cultural, bebe directamente de unas aguas comunes a judíos y cristianos, cuyo manantial fue abierto y administrado por los hijos de Abraham, quienes recibieron tal encargo de parte del propio Dueño de la fuente.
Si alguien se sorprende por que me abstenga expresamente de rebatir a los recalcitrantes mencionados al principio, le respondo que no renuncio a este ejercicio por carecer de razones ni, desde luego, por cobardía. Lo hago, simplemente, por conveniencia estratégica; es decir, a los insidiosos no se les argumenta: se les desenmascara. En ningún caso conviene perder tiempo ni energía con cierta clase de personas. Algo parecido dijo un judío de influencia universal, Jesús de Nazaret, cuando exhortó a “no dar lo santo a los perros, ni echar las perlas a los puercos” o, parafraseando esas palabras, que no es cosa pertinente dar cosas de valor a quienes no las merecen.
Si se llega, pues, a concretar esta intención personal que he referido relativa a tratar los yerros en que se incurre frecuentemente al juzgar a los judíos y, por ende, a su nación, Israel, tendré pronto el placer de comunicarme de nuevo con mis amables lectores en lo que deseo sea una conversación amable, espero que amena y, ya puestos a alimentar ilusiones, ojalá que provechosa. Hasta entonces, de corazón y para todos ellos, un cálido shalom.